lunes, 24 de septiembre de 2007

La mágica bondad


Existen momentos en la vida sin magia posible. Ni siquiera Moura es capaz de emprender en determinados rincones del tiempo su extraordinario vuelo para alejarse de la realidad que nos desgaja el corazón. Es verdad que las meigas, como seres extraordinarios que son, no están sujetas a las leyes de la cronología humana. Para ellas el espacio y el tiempo tienen expresión y medida ajenas a nuestra mortal condición. Pues aún con esas extraordinarias condiciones en su naturaleza, hay días en los que a ellas también les llegan, con infinita profundidad, con sombría desesperanza, el dolor y la tristeza por la muerte de un amigo.

De nuevo el terrible cáncer, de nuevo un amigo, de nuevo un hombre bueno con mayúsculas. De nuevo se ha ido un amigo de los que nunca se deberían ir. José Luis -me vais a permitir amigos blogueros que guarde para el íntimo y descomunal dolor de su familia y amigos la identidad completa- se nos ha ido con la misma bondad con la que vivió durante toda su vida, sin ruido, con dulzura, buscando molestar lo menos posible, queriendo incluso agradar a los suyos –a los que tanto ha querido- en la forma en la que en un segundo nos abandonaba en esta vida para esperarnos a todos los que hemos disfrutado de él, de su cariño, de su generosidad, de su bondad, de su inmensa –porque inmenso era su corazón- amistad en esa otra vida, desde la que estoy seguro seguirá guiando a unos, apoyando a otros y queriéndonos a todos.

De nuevo parece que siempre le toca a los buenos, de nuevo la rebelión contra la injusticia que le permite a la sombra viajera arrebatarnos a quien tanto bien hacía en una edad excesivamente temprana, de nuevo los puños apretados mirando al cielo y preguntando por qué, de nuevo las lágrimas –tan insuficientes y necesarias como incontrolables- rociando nuestro dolor, de nuevo el descomunal vacío de una irrazonable pérdida, de una irreparable ausencia.

Pero también de nuevo –empujando al dolor, bordeando la razón- la plenitud de su presencia a través de la memoria, la alegría archivada en tres dimensiones en el rincón más espacioso y más resplandeciente de nuestro corazón, el recuerdo de los momentos y las sensaciones vividas a su lado, el grandioso sentimiento de dicha por haber compartido y poder retener por encima de la muerte, de su muerte, la evocación tranquila y dichosa de su tránsito –injustamente breve- por nuestras vidas. Y más lágrimas, estas de dicha y agradecimiento por la conciencia de saber cuánto bueno hizo en esta vida.

Aunque empezaba este breve post amigos blogueros negando la posibilidad de magia en determinados momentos de nuestra vidas, no tengo por menos que reconocer que son las personas como mi amigo José Luis –por encima de todo buenas- las que consiguen que en días como este, en los que el corazón apenas puede latir por el dolor de su ausencia, su magia nos inunde y nos anime a seguir hacia delante.

Hasta siempre buen amigo. Sé que nos esperarás, porque algún día volveremos a encontrarnos, en donde nos esperan nuestros seres queridos. Hasta entonces disfruta contemplando todo lo bueno que has hecho en esta corta vida, continua guiando con tanto acierto a tu familia y vete organizando esa comida que se nos quedó pendiente. La disfrutaremos juntos en la eternidad. Un fuerte abrazo.

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