martes, 4 de septiembre de 2007

El experimento


Desde el pasado lunes me encuentro algo pesaroso. Utilizar a niños como objetos de experimentación es una de las bajezas más deplorables que se puede plantear un adulto. Si además ese experimento condiciona el desarrollo futuro de esos niños, su desarrollo intelectual, laboral, profesional, humano, su desarrollo como personas en definitiva, me parece de una atrocidad que soy incapaz de comprender y mucho menos compartir.

Desde el lunes de esta semana 1.100 niños menores de tres años han comenzado su educación en las denominadas “galescolas” en la comunidad gallega. Por supuesto que no tengo nada en contra del uso del gallego ni de su aprendizaje. No en vano es la lengua de mi tierra. Creo que conocerlo en profundidad enriquece y su uso contribuye a la indescriptible sonoridad de Galicia. Sin embargo lo que van a hacer con esas indefensas criaturas no es enriquecerlas, sino todo lo contrario. El uso único del gallego en las galescolas limitará el desarrollo futuro de esos niños. Hablar gallego no es de paletos ni de incultos. Su riqueza y su sonoridad la convierten en una lengua deseada y admirada.

Recuerdo aquella señora de Tembleque (Toledo) que durante más de tres cuartos de hora, sentada en un taburete de madera alrededor de la mesa en una cocina de una casa de Chantada (Lugo), escuchaba sonriente la historia que la dueña de la casa –suegra de su amiga Antonia, que la había dejado allí mientras ella iba a comprar la carne para hacer caldo- le contaba animadamente. Cuando Antonia volvió a recoger a su amiga –Aurelia se llamaba la de Tembleque- y la vio tan ensimismada escuchando a su suegra hablándole en gallego le dijo: “-No sabía que entendieras el gallego”. A lo que Aurelia le respondió: “-No lo entiendo, pero sonaba tan bien, tan rítmico, tan dulce que no he querido interrumpirla. No he querido privarme de esa delicia.”

La suegra de Antonia –le estaba explicando cómo se hacía el caldo gallego- hubiese podido contarle lo mismo en castellano si Aurelia se lo hubiese demandado, sin embargo cualquiera de los 1.100 niños que el pasado lunes comenzaron su educación en las galescolas, quizás aprendan a hacer un buen caldo gallego, posiblemente sabrán la leyenda del mítico rey celta Breogán a quien el himno gallego concede la paternidad de Galicia como nación, alguno habrá que llegará a hablar con mi amiga Moura, pero ninguno de ellos será capaz de hacérselo entender a quienes, siendo españoles como ellos, no sepan hablar gallego.

Lo malo es que los nacionalistas pueblerinos –Anxo Quintana, Vicepresidente de la Xunta, es uno de ellos- ensayan sus ínfulas nacionales de corte zafio con indefensos chavalines sometidos a los extraños criterios de libertad manejados por sus padres. Una verdadera lástima.

En este atípico verano –meteorológicamente hablando- parece que el mes de septiembre quiere dejarnos algo del calor que agosto omitió. Será por eso que Moura me cuenta que le pareció ver ayer a mi amigo Suso paseando por la playa en Galicia, dejándose mojar los pies por las olas mientras el sonido del Atlántico le llevaba alguna historia. Es raro, Suso y yo estuvimos ayer juntos aquí, en Aranjuez. Pero Moura nunca se ha equivocado. Sus ojos –extraordinarios como todo su ser- perciben a través de los sentimientos y por lo tanto no son susceptibles de recibir alucinaciones. Si ella sintió –y por lo tanto vio- a Suso, es que estaba en la playa. Pero yo estuve con él y no me moví de Aranjuez.

Será el calor acaso. Un calor que ya no es necesario ni propio en estos días en los que recibiendo aún con mucho agrado los rayos del sol y su luz, nuestros cuerpos empiezan a necesitar algunos grados menos de temperatura para poder concentrarnos mejor en nuestras tareas. Ahora que me acuerdo, ¡a poco que nos despistemos ya tendremos encima a los del cambio de la hora para machacarnos los biorritmos otra vez! Dejemos entonces que septiembre trascurra a su paso, sin prisa, aunque Moura y Suso me tengan en ese pequeño dislate.

Algunas tribus de indios –pieles rojas- de la Tierra del Fuego adoraban a una diosa, Yincris, que les ayudaba según cuentan algunas historias a encontrar el camino entre la realidad y la magia, entre lo verdadero y lo ilusorio. Consultaban a aquella diosa cuando, dispuestos a la batalla, necesitaban arrojar luz sobre algunas dudas. Suso me ha contado algunas historias sobre esta diosa. Historias venidas entre las olas del mar. Mañana, si Zapatero no me despista y la memoria me lo concede, le preguntaré a Suso si Yincris le contó alguna historia sobre la presencia de una persona en dos sitios muy distantes en el mismo momento y os la contaré.

Hasta entonces, mi aplauso público para el Ministro de Cultura –ya os dije que este podía ser bueno- por el cese de la sectaria directora de la Biblioteca Nacional, la escritora Rosa Regás. Lo que me parece inaceptable es que la susodicha intente disfrazarlo de medida machista por parte del Ministro. Además de sectaria es tonta. Cosa que solo puede ser en calidad de mujer, por que si fuese hombre sería tonto.

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