Es cuanto menos sorprendente la noticia aparecida en los medios de comunicación de Madrid sobre las peripecias de un hombre de 46 años para conseguir ayuda médica por una hemorragia nasal. Más que sorprendente es intolerable. Según cuentan el interesado y su hermana, tras hora y media de hemorragia que no se cortaba ni con pañuelos de papel ni algodones, llegaron a un centro de salud en el que una doctora se negó a atenderlo alegando que estaban cerrando. Se ve que lo que estaban cerrando eran las puertas de la inteligencia y la profesionalidad de la mencionada doctora.
No es culpa del sistema sanitario, ni de Esperanza Aguirre –aunque los voceros progres intentarán responsabilizarla- sino de la profesional que se olvidó de sus obligaciones laborales, profesionales y éticas. A lo mejor tenía mucha prisa para salir del trabajo, a lo mejor había quedado para ir al cine, o tenía que atender a su familia o tenía que pasear al perro…Para mí que, sencillamente, no cumplió con su obligación.
El sistema sanitario madrileño, muy modernizado gracias a las cuantiosísimas inversiones realizadas por el gobierno de Esperanza Aguirre en la pasada legislatura, no es perfecto. Realmente no hay nada perfecto en esta vida, ni tan siquiera Moura mi amiga meiga, y la sanidad madrileña no iba a ser una excepción. Nos estamos encontrando con un problemón, al que ya hice referencia en otro post de este blog hablando de los números clausus en las Facultades de Medicina, que es la falta de personal cualificado.
La doctora que negó –estando dentro de su horario de trabajo- la atención al sangrante madrileño está, al menos a simple vista, entre esa pequeña porción de sanitarios que con sus indebidas actuaciones atentan contra el buen nombre y la credibilidad de uno de los colectivos más brillantes y profesionales de nuestro país, el colectivo de médicos y enfermeros. Sería bueno que los colegios profesionales atajasen a través de sus representantes legales actuaciones como la denunciada por este madrileño y también sería bueno que desde la administración se corrigiesen estas escasas pero llamativas faltas de profesionalidad.
No necesité hablar con mi amigo Suso sobre su doble presencia en Aranjuez y Galicia en el mismo día y la misma hora. Moura me comentó algo que daba por sentado que yo sabía, sin darse cuenta que quien realmente sabe de meigas es ella, que lo es. Yo me limito a ir aprendiendo lo que puedo de lo que ella me cuenta, de lo que leo, de lo que mis amigos gallegos me relatan o me dejan intuir y de lo que en mis escapadas –menos de las que me gustaría- a la tierra en la que mi madre me parió puedo ver, oír, sentir y soñar. Las meigas –incluso las que no tienen buenas intenciones- no ven con los ojos, sino con los sentidos y por ver con los sentidos en infinidad de ocasiones no nos ven a los humanos sino que ven nuestros sentimientos.
Ese era el motivo por el que Moura vio –sintió sus sentimientos- a mi amigo Suso paseando por la playa, en la Costa de la Muerte, al mismo tiempo que yo hablaba con él en persona en un agradable paseo a las once de la mañana por esa maravilla de calle abovedada por las grandiosas ramas de cerca de un millar de plátanos centenarios, la calle de la Reina en Aranjuez, en la que la mente de un incipiente y humilde relator de historias está intentando situar un milenario recuerdo.
Suso me contaba en ese paseo algunas de las sensaciones que él percibe cuando caminando por cualquier playa atlántica de Galicia mira con detenimiento al mar. Me describía la música del mar, esa música que se percibe incluso con los oídos tapados. Una música que nos llega a través de cualquiera de los sentidos porque es música de vida. Aunque él estaba físicamente conmigo, su mente, sus sentimientos se encontraban en aquel momento pisando la arena fina y húmeda, batida constantemente por las olas que la subida de la marea hacía llegar hasta bañar sus pies. Allí lo vio Moura, allí lo sintió la bella meiga, porque allí estaba su corazón. La explicación es bien sencilla.
Quien parece que no tiene una explicación nada sencilla para el aumento en el número de víctimas durante el verano en las carreteras españolas es el Ministro del Interior. Parece que los motoristas y los conductores de mayor edad son los responsables ahora. ¡Qué bueno que haya niños para echarles la culpa de las cosas! Están empeñados en hacernos comulgar con el carné por puntos y los radares/cajeros y en realidad les importa un pimiento encontrar soluciones. Son sencillas y las repito una vez más: cese del Director General de Tráfico, inversiones adecuadas para eliminación de puntos negros, retirada de los radares de autovías y autopistas, elevar el límite de velocidad en esas vías a 150 km/h. Con los puntos que hagan lo que quieran, que los canjeen por una cubertería si quieren, pero que se dejen de generar tensión e inseguridad en las carreteras. ¡Ah! y que impidan de una vez por todas que circulen por nuestras carreteras esas imitaciones de coches con motor de vespino que se pueden conducir sin carné. Cuadriciclos los llaman. ¿Acaso los responsables de tráfico no tienen ojos para ver los problemas que ocasionan?
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