No es justo –hay otras muchas cosas que tampoco lo son, pero no son hoy objeto de los impulsos del teclado de mi ordenador- que Miguel Sebastián haya renunciado a su acta de concejal del Ayuntamiento de Madrid antes de tomar posesión del cargo. Si los madrileños –especialmente los de la capital- hemos tenido que soportar sus ridiculeces durante varias semanas (a mi ningún cura me ha puesto jamás una penitencia tan grande como la que le impuso Zapatero a Sebastián nombrándolo candidato, o sea que ya tiene que tener pecados el menda), ¿por qué ahora que le toca a él atender a las demandas que como portavoz de la oposición le harían los ciudadanos se larga?
Después de emponzoñar la campaña electoral no quiere asumir su responsabilidad. ¿O será acaso que Zapatero quiere retirarlo cuanto antes de la vida pública madrileña para que no recordemos que era su hombre, su apuesta frente a Alberto Ruiz-Gallardón, su apuesta frente al Partido Popular, su avance de futuros resultados electorales? ¿Lo ocultará de nuevo en el gabinete siniestro de Moncloa? ¡Qué triste paso por la vida política madrileña el suyo! Al día de hoy aún tengo mis dudas ¿envileció porque quiso o quisieron que envileciese?
Resulta más simpático el Ministro Bermejo cuando se dedica a hacer versos que cuando echa mano de sus purgantes bravuconerías. Tengo buenos amigos que con la pluma entre las manos –la estilográfica- nos redondean las esquinas del alma dejándonos navegar con los sentidos entre efluvios mágicos, que a buen seguro no quieren tener entre sus colegas a tan alto mandatario, porque la poesía traslada sentimientos pero no es envase válido para la mentira.
Ayer, día de San Fernando, Patrón de Aranjuez, tuvimos toros –espectáculo taurino sería mejor llamarlo- en la bicentenaria plaza ribereña. Si de los toriles hubiesen salido seis toros, nos lo habríamos pasado mucho mejor y los matadores a lo mejor se hubiesen motivado algo más. Dos horas de tedio dan para hablar, para repasar con la mirada el variopinto y multicolor espectáculo de los tendidos y también para pensar. Ayer, por lo hablado con algunos amigos y por lo relajado del espectáculo, las meigas me llevaron, en un traslado de la conciencia que ellas hacen con mucha delicadeza a recordar a algunas personas queridas que ya no están conmigo.
Muchos de vosotros amigos blogueros no tuvisteis la oportunidad de conocerlo –os hubiera gustado- pero otros muchos no solo los que viváis en Aranjuez sí gozasteis de la amistad, la bondad y el buen hacer de un gran amigo que ayer no estaba en la Plaza de Toros de Aranjuez, no estaba acompañando al Dr. Alcorta en la enfermería de la plaza. A su recuerdo, al recuerdo de tantos y tantos años de cariñosa amistad me llevaron mis meigas.
La plaza estaba llena, como corresponde al atractivo cartel que nos ofrecieron, sin embargo sé que muchos notamos su ausencia. ¡Cuánto conocimiento del toro se fue con él! ¡Cuánto podríamos aprender de él sus compañeros de profesión si siguiese con nosotros! ¡Cuántos favores sin esperar nada a cambio, por el mero hecho de hacer el bien! ¡Qué inagotable capacidad de servicio! ¡Qué gran amigo!
Hablando de él ayer, me decía un amigo que "siempre se van los mejores". Esto es no taxativamente así. Lo que sí es cierto es que cuando los mejores se van, se nota mucho; dejan un vacío tremendo. Es lo que pasa con mi amigo, con nuestro amigo. Lo tremendo del vacío que nos dejó con su muerte, pesaba ayer como una losa inundando cada rincón de la plaza de toros a la que él dedicó con generosidad una buena parte de su tiempo, con el único fin de que estuviesen mejor las cosas y nos sintiésemos mejor aquellos a lo que amaba.
Viendo a su hijo en el callejón, pasando por donde tantas veces ha pasado con su padre, amando lo que tan sinceramente ha amado su padre, hablando con quienes tantas veces ha hablado su padre, me sentí feliz. Tan feliz como a buen seguro se sentía ayer desde el cielo mi buen amigo José Antonio de la Torre. ¡Va por ti Jose!
2 comentarios:
Es difícil soportar la pérdida de las personas queridas. En casa siempre decimos que alguien muere cuando no tiene quién le recuerde.
Hace unos días leí que los que pensamos así no somos creyentes, que nos centramos en el aquí y ahora. Pués eso será, pero me encanta hablar de las personas queridas y que ya no están con nosotros. Así las siento siempre cerca.
En este momento me vienen a la memoria aquellas últimas fechas en el hospital cuando aún él y tú, ambos Joses y buenos amigos, nos etreteníais contando chistes. Curiosamente fueron buenos momentos.
Siempre intento ver el lado bueno, es más gratificante. Porque lo malo lo hubimos de vivir irremediablemente.
Nosotros estuvimos muy cerca por cuestión familiar, le conocí con 16 años, y nunca cumplimos con el tópico de que los cuñados se llevaran mal. Más aún, fuimos como hermanos. Para mí fue el hermano varón que nunca tuve y, para Félix, el hermano que nunca tuvo.
No fueron los toros motivo de nuestra relación. En este punto he de decir que fué también persona que sabía respetar a los demás. Nosotros nunca nos sentimos agusto cerca del festejo taurino. Pero esto también dió igual. La relación no sufrió por ello.
Gracias Jose por esta entrada en el blog, he disfrutado de la descripción que realizas como si yo hubiese estado allí. Desde aquí también quiero mandar un abrazo para los tantos amigos del otro Jose, lean o no estas palabras. Gloria.
Y cuando no queremos recordar a alguien, aunque no haya muerto, le estamos matando un poquito. A mí también me encanta hablar de los que no están a mi lado, bien porque se me hayan ido, bien porque ya no pueden estar, o porque aún estando físicamente no son los seres que un día conocimos y amamos, y sólo esperamos que el milagro se produzca y vuelvan a serlo.
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