Sorprendentemente volvió a hacerme una visita. Yo pensaba que se había olvidado de mí. Es más, tengo que reconocer que sumido en la dinámica de la actualidad política, había llegado a olvidarme de ella. Moura, la única meiga con la que he tenido la oportunidad de intercambiar algunas frases, estaba esperándome a la puerta de casa cuando –con la lengua más fuera que dentro por el cansancio debido a la falta de costumbre y la sed de una tarde más propia de principio de Julio- volvía de jugar durante tres horas al golf.
Llevaba sin dar bolas más de cinco años, cuando unos amigos me convencieron hace unas semanas para que cogiese de nuevo los palos e intentase recordar lo poco que entonces sabía. Desde ese momento me he acercado algunos días a cabrearme con la bola que, en este deporte, es la única que no tiene culpa de nada ya que siempre que le das está quieta, inmóvil, dispuesta a demostrarte que el “manta” eres tú. Participé, junto a otros 149 golfistas en un trofeo y quedé el 2º. Por la cola.
Me imagino que Moura –que a buen seguro debe tener algún mecanismo que desconozco para tenerme localizado siempre- me esperó en ese preciso momento porque sabía que tras jugar al golf nos encontramos con la mente más despejada, más abierta y somos capaces de entender más con menos palabras. La verdad es que con su encantadora sonrisa y su suave cadencia a la hora de hablarme no necesitaba del efecto relajante del golf para abordarme.
No dio rodeos en sus palabras. No vengo a hablarte de mi voto –me dijo-, me gustan más nuestros Aquelarres y por lo tanto ni me lo planteo. Vengo a hablarte de la magia, de la poca magia que se os ha dado y que perdéis cuando os forzáis a actuar solo por el grupo y desde el grupo perdiendo carácter e individualidad. Yo –continuó Moura- más que votar volaría con mi escoba por encima de vuestras cabezas, de las cabezas de los políticos, para recordaros que gobernar es hacer sí, pero también es crear.
No era, así lo comprendí inmediatamente, un cántico a la insolidaridad ni una propuesta cosmogónica. Ni siquiera una reflexión sobre la cosmogonía telúrica de las que algunas hemos tenido –extremadamente sectarias por cierto- en nuestra ciudad en un pasado no muy lejano. Tampoco era la suya una cavilación alrededor de la posible anulación del individuo que puede derivarse de su agrupación en torno a organizaciones que depositan en una persona, un líder, una buena parte de la defensa de sus intereses y la expresión de sus opiniones. No, no era un alegato en contra de los partidos políticos.
Recuerda –me dijo mientras sentaba su insinuante cuerpo de mujer, ¿mujer?, en el palo de una escoba- si pierdes, si perdéis, vuestra poquita magia, lo que os hace únicos, entonces no servís ni para echaros al caldero.
Quedé imaginando un enorme caldero –que se le antojó de cobre a mi imaginación- sobre una ardiente hoguera alrededor de la cual bailaban, embriagadas por la queimada y el placer de sentirse juntas y únicas, un escandaloso y atractivo grupo de meigas, mientras Moura con la suavidad de la brisa del mar en las cálidas tardes del verano muxián inició su vuelo hacia nuestra común Galicia, mostrándome una sonrisa más propia de una encantadora y dulce mujer que de un extraordinario ser mitológico. ¿Tan cerca estarán unas y otras? ¿Serán como el Yin y el Yan? ¿Quién el Yin? ¿Quién el Yan?
La poquita magia que se nos ha dado, lo que nos hace únicos, hacer, sí, pero también crear…
Aquí en Aranjuez, como siempre, bien. Se congrega a los ciudadanos-electores a golpe de espárrago va, espárrago viene, y con la excusa de “mira que jardín más majo para un pueblo que no tiene jardines”, se acercan los mandamases a los electores a golpe de eurazos municipales. Parece que los policías, los unos y los otros, empiezan a decir aquello de “tú primero, por favor” pensando en a quién le caerá el marrón de ser el primero en entrar a trabajar en la nueva comisaría conjunta, de los unos y los otros, tras conocer la denuncia hecha por un técnico sobre las ilegalidades realizadas en dicha obra. Me pregunto yo si el fiscal no se entera de estas cosas.
Llevaba sin dar bolas más de cinco años, cuando unos amigos me convencieron hace unas semanas para que cogiese de nuevo los palos e intentase recordar lo poco que entonces sabía. Desde ese momento me he acercado algunos días a cabrearme con la bola que, en este deporte, es la única que no tiene culpa de nada ya que siempre que le das está quieta, inmóvil, dispuesta a demostrarte que el “manta” eres tú. Participé, junto a otros 149 golfistas en un trofeo y quedé el 2º. Por la cola.
Me imagino que Moura –que a buen seguro debe tener algún mecanismo que desconozco para tenerme localizado siempre- me esperó en ese preciso momento porque sabía que tras jugar al golf nos encontramos con la mente más despejada, más abierta y somos capaces de entender más con menos palabras. La verdad es que con su encantadora sonrisa y su suave cadencia a la hora de hablarme no necesitaba del efecto relajante del golf para abordarme.
No dio rodeos en sus palabras. No vengo a hablarte de mi voto –me dijo-, me gustan más nuestros Aquelarres y por lo tanto ni me lo planteo. Vengo a hablarte de la magia, de la poca magia que se os ha dado y que perdéis cuando os forzáis a actuar solo por el grupo y desde el grupo perdiendo carácter e individualidad. Yo –continuó Moura- más que votar volaría con mi escoba por encima de vuestras cabezas, de las cabezas de los políticos, para recordaros que gobernar es hacer sí, pero también es crear.
No era, así lo comprendí inmediatamente, un cántico a la insolidaridad ni una propuesta cosmogónica. Ni siquiera una reflexión sobre la cosmogonía telúrica de las que algunas hemos tenido –extremadamente sectarias por cierto- en nuestra ciudad en un pasado no muy lejano. Tampoco era la suya una cavilación alrededor de la posible anulación del individuo que puede derivarse de su agrupación en torno a organizaciones que depositan en una persona, un líder, una buena parte de la defensa de sus intereses y la expresión de sus opiniones. No, no era un alegato en contra de los partidos políticos.
Recuerda –me dijo mientras sentaba su insinuante cuerpo de mujer, ¿mujer?, en el palo de una escoba- si pierdes, si perdéis, vuestra poquita magia, lo que os hace únicos, entonces no servís ni para echaros al caldero.
Quedé imaginando un enorme caldero –que se le antojó de cobre a mi imaginación- sobre una ardiente hoguera alrededor de la cual bailaban, embriagadas por la queimada y el placer de sentirse juntas y únicas, un escandaloso y atractivo grupo de meigas, mientras Moura con la suavidad de la brisa del mar en las cálidas tardes del verano muxián inició su vuelo hacia nuestra común Galicia, mostrándome una sonrisa más propia de una encantadora y dulce mujer que de un extraordinario ser mitológico. ¿Tan cerca estarán unas y otras? ¿Serán como el Yin y el Yan? ¿Quién el Yin? ¿Quién el Yan?
La poquita magia que se nos ha dado, lo que nos hace únicos, hacer, sí, pero también crear…
Aquí en Aranjuez, como siempre, bien. Se congrega a los ciudadanos-electores a golpe de espárrago va, espárrago viene, y con la excusa de “mira que jardín más majo para un pueblo que no tiene jardines”, se acercan los mandamases a los electores a golpe de eurazos municipales. Parece que los policías, los unos y los otros, empiezan a decir aquello de “tú primero, por favor” pensando en a quién le caerá el marrón de ser el primero en entrar a trabajar en la nueva comisaría conjunta, de los unos y los otros, tras conocer la denuncia hecha por un técnico sobre las ilegalidades realizadas en dicha obra. Me pregunto yo si el fiscal no se entera de estas cosas.
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