martes, 23 de octubre de 2007

El sol y la arena


Es una noticia curiosa, de las que no suelen figurar en las portadas de los periódicos y pasan a formar parte de la memoria de quienes son capaces de retener un largo anecdotario de hechos que, para un concurso de televisión, vienen muy bien: "Los rayos solares vuelven a iluminar el rostro del faraón Ramsés II en Abu Simbel". Por lo visto el bueno del señor -bueno, su estatua- solo recibe directamente los rayos del sol dos veces al año durante algo más de veinte minutos. Esto ocurre en octubre para celebrar su acceso al trono y en febrero para celebrar su cumpleaños.

Según se desprende de la noticia, son miles de turistas los que asisten a este espectáculo en el que las autoridades egipcias en todo un ejercicio de buen hacer, conjugan matices que aquí en España nos resultan difíciles de manejar. Me explico. En dos fechas concretas se produce un espectáculo fruto del estudio de la naturaleza y debido a personas que vivieron 1.500 años antes de que naciera Jesucristo. Al mismo asisten ‘en directo’ varios miles de personas que con sus ojos pueden ver lo mismo que vieron quienes lo idearon y quienes lo construyeron -hago omisión consciente del traslado realizado por los ingenieros de la UNESCO cuando se construyó la gran presa de Asuán en 1.964- haciendo fotografías y reportajes de vídeo, sin que esto suponga ningún menoscabo para el adecuado mantenimiento de la tumba de Ra y Amún.

Si los egipcios hubiesen vivido en España -está claro que no es el caso- y nos hubiesen legado sus majestuosas tumbas, en este momento tendríamos el doble de las que nos hubiesen dejado. ¿Qué no? Mirad lo que hemos hecho con las Cuevas de Altamira. Una no, dos. ¿Y para qué? Muy sencillo, para marcar las diferencias, para establecer prerrogativas, para coger parcelas de poder. Porque ¿acaso en las cuevas originales mi peso deteriora más el suelo que el de los ‘privilegiados’ que han decidido que ellos si pueden pisar y yo he de pisar la copia?, ¿acaso mi respiración exhala vapores distintos a los suyos?, ¿mi temperatura corporal es mayor o menor que la de ellos?, ¿dónde está la diferencia? En el poder.

Ocurre lo mismo en el Parque Natural de Corrubedo. Hasta hace pocos años la Gran Duna de arena que cierra por el nordeste las playas de Ladeira y Ferreira, podía ser visitada y pisada por quienes deseaban disfrutar de esta impresionante obra de la naturaleza. Sin embargo alguien ha decidido que solo unos pocos -ignoro quienes y me importa un pimiento- pueden pisarla y el resto de los mortales nos hemos de conformar con verla desde unas pasarelas situadas a cierta distancia de su base. ¡Cuánto nos gusta prohibir! De nuevo solo por el hecho de marcar diferencias, de establecer privilegios y obtener parcelitas de ‘poder’.

Me gustaría conocer el presupuesto y el número de árboles talados -y el nombre del árbol- que han sido necesarios para realizar la enorme pasarela que llega hasta la base de la Gran Duna y me gustaría saber el motivo por el que, ya que han hecho semejante gasto, no han pasado la pasarela por encima de la duna para que todos podamos disfrutar de lo que se han reservado unos pocos.

En el caso de Corrubedo -existen otros muchos lugares con casuísticas similares a lo largo y ancho de esta España, que también es nuestra, de charanga y pandereta- hay varios aspectos que realmente me indignan. El uso exclusivo de unos cuantos de algo que es propiedad de todos. La falta de imaginación de los ‘prohibidores’ para buscar fórmulas que nos permitiesen disfrutar a todos de esa maravilla de la naturaleza. Los paneles explicativos escritos única y exclusivamente en gallego. El sistema de vigilancia con que cuenta la duna, en el lado de los visitantes una señorita sin identificación ninguna te recuerda que no se puede subir a la duna y que, si lo haces, avisa por el móvil al guarda que -inexplicablemente - se encuentra situado en el lado opuesto, en la playa. Es decir, que si se me ocurre pisar la duna la señorita llama al guarda, que ha de venir pisando la duna para interceptar mi osadía, con lo que en vez de uno habremos sido dos los que pisemos la arena de la Gran Duna. ¿Y si yo no entiendo el gallego?

Pues lo siniestro de todo esto amigos míos, es que el ministro bravucón quiere que los jueces entren sin oposiciones, en función del expediente académico. Dice que al no tener que opositar estarán más cercanos a la realidad. Y me pregunto yo, si acaso piso la Gran Duna, el juez que me toque ¿será de los que pasarán a 2º de Bachillerato con la mitad de suspenso?, y ¿en qué universidad habrá estudiado la carrera?, y ¿su padre tenía algún tipo de relación con los profesores de la universidad? ¿contarán como méritos en el expediente académico las bravuconadas en el bar de la Facultad?

Mañana, cuando escriba en el blog, espero que el fiscal al que pagamos con nuestros impuestos y no se personó en la declaración ante el juez del sinvergüenza que agredió salvajemente a una joven ecuatoriana en Barcelona -¿qué pasará en Barcelona?, parece que la hubiese mirado un gafe- trabaje un poco y nos evite la indignidad de verlo andorrear en libertad. Por higiene mental de todos y por el sol de Ramsés II.

No hay comentarios: