Durante algunos días -¡qué cortos para el conocimiento!- he tenido la oportunidad de imbuirme en distantes mundos, diametralmente opuestos al nuestro, y por eso no he tenido más remedio que alejarme de vosotros amigos blogueros. No perderé oportunidad de iros trasladando la experiencia, que ha sido sumamente enriquecedora, con la sana intención de haceros partícipes del conocimiento y las sensaciones que he cargado en mi mochila. Os pido por tanto disculpas por este paréntesis en el blog y os prometo intentar recompensaros a través de la lectura por la falta.
Llevo prendido en el corazón el “¿¡Por qué no te callas!?” como un sentimiento renovado de dignidad, sensatez, honorabilidad y españolidad. ¡Qué bien estuvo el Rey! ¡Qué oportunas y bien moduladas fueron sus palabras! Y ¡qué bien nos representó a todos! cuando se levantó dejando con la palabra (por llamarle de alguna forma a la basura que escupía por la boca el indocumentado Daniel Ortega) al otrora dirigente revolucionario del FSLN de Nicaragua.
Hubiese sido un buen momento para recordarle a Daniel Ortega que –aunque se ha librado utilizando todas las triquiñuelas que su inmunidad parlamentaria le han permitido- sobre él pesa moralmente la denuncia nunca sustanciada en un juicio presentada por su hijastra acusándolo de abusos sexuales y diversas agresiones físicas y psicológicas hacia ella desde los 11 años. Porque ese es el calado moral de quien despotricaba contra los empresarios españoles que se están jugando su dinero en Nicaragua. Si yo fuera el Rey, al salir le hubiera dado una colleja. Se la merece por indecente, filibustero y revolucionario de pacotilla.
Cuando nuestro Rey mandó callar al gorila rojo, me gustó aún mucho más lo que calló que lo que dijo. No es que no estuviese bien lo que dijo, que sí lo estuvo tanto en el tono, como en la forma, como en el momento, pero observando las imágenes –esas que en un intento de minimizar el hecho para seguir gozando de la amistad del energúmeno golpista venezolano le gustaría a Zapatero que no fuesen emitidas por televisión- uno se da cuenta de que Don Juan Carlos, con un dominio absoluto del idioma, puso un corchete al comienzo de la frase.
Realmente –nunca mejor utilizada la expresión- la frase era “¡Gilipollas, ¿por qué no te callas?!” pero se la entendimos todos aunque le pusiera el corchete.
Sin embargo –y no es por buscarle tres pies al gato- me ha llamado bastante la atención la postura del presidente Zapatero. Reprender al vocinglero golpista venezolano –por cierto, a lo mejor algún día, a algún juez estrella de estos que tenemos en nuestro país se le ocurre estudiar la responsabilidad penal que Chávez, el matón, tiene en las muertes, dieciséis creo que fueron, ocurridas durante el golpe de estado que perpetró en Venezuela- llamarle la atención tal y como hizo Zapatero por los insultos vertidos por el gorila contra José María Aznar, no deja de sorprenderme. Máxime cuando insultos semejantes han sido proferidos por miembros del gobierno de Zapatero –Moratinos, sin ir más lejos- sin que el presidente haya hecho el más mínimo gesto de disgusto por los mismos.
Me ha sonado esta actuación de Zapatero un tanto machista, en la medida en que nos ha recordado a todos una frase extremadamente cruel del machismo más profundo y deplorable. Aquella de “la maté porque era mía”. Eso es lo que Zapatero ha venido a decirle a su amigo -¿acaso alguien piensa que Zapatero renunciará a su amistad por este “incidente”?- Chávez, a Aznar no me lo toques, que es mío y solo yo tengo derecho a insultarlo.
De todas formas, quienes en las elecciones generales celebradas después del 11-M fuimos objeto en nuestra condición de Apoderados e Interventores del PP de insultos tales como “¡asesinos, asesinos!”, sabemos muy bien de los vientos sembrados por Zapatero y sus compañeros y no nos pilla de sorpresa -es más, como simio imita lo que ve a su alrededor- la cantinela repugnante del golpista Hugo Chávez.
Este ignorante que preside Venezuela con la intención de convertirla en su cortijo, ha sido incapaz de discernir si tenía que adelantar o atrasar media hora su reloj para tener luz del sol antes, pero al menos alguien le podía explicar que Rey de España no son los apellidos de nuestro monarca y que por lo tanto no es correcto llamarle sr. Rey. La lengua española es muy bonita, pero el cociente intelectual de algunos les imposibilita para aprender más de 50 palabras y para entender el reloj.
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