Este Zapatero es cuanto menos peculiar. Basta que alguno de los suyos lo haga mal, rematadamente mal y que se pida su dimisión, para que el Presidente haga gestos de apoyo incondicional, cuando no expresiones taxativas y concretas en defensa de la gestión y por lo tanto la continuidad en el cargo del criticado. Sin ir más lejos la ministra “de momento” Maleni Alvarez –repito que nada que ver con mi buena amiga Malena- lejos de la justa medida de mandarla a casa antes de Navidad- ha visto como premiaba su estiramiento de frente y su arrugamiento de cerebro manteniéndola en el cargo y apoyándola en algún multitudinario mitin de fin de semana.
Con el insolvente Director General de Tráfico, no solo lo mantiene en el cargo, sino que lo premia llevando a las Cortes una modificación del Código Penal que, lejos de solucionar el gravísimo problema del mortífero contador de víctimas de tráfico en que se han convertido los telediarios del fin de semana, lejos de encontrar alternativas a tan macabra cifra, no hará sino mantenerla –lamentablemente- y llevar a la cárcel a algunos basándose en una generalista reglamentación que para nada tiene en cuenta la responsabilidad de la administración –fundamentalmente la que dirige en este momento y esperemos que por poco tiempo Zapatero- en el mantenimiento de centenares de puntos negros en las carreteras españolas, en la deficiente señalización en miles de puntos y en la filosofía recaudatoria que encierra la proliferación de radares y por lo tanto de guardias civiles ocupados en controlarlos para poder multar.
La reforma del código penal aprobada la semana pasada por el Congreso de los Diputados con el voto en contra del PP, encierra un apoyo clarísimo al nefasto titular de tráfico en su gestión y un enroque del gobierno en el mantenimiento de medidas y mensajes que no pueden contribuir a rebajar la dolorosa cifra de los fines de semana y puentes. La modificación no contempla los matices que pueden y deben diferenciar a un imprudente de un asesino. No tiene en cuenta el tipo de vehículo, la fiabilidad del conductor o el estado de la carretera, la climatología, la densidad del tráfico o la visibilidad. No tiene en cuenta ninguno de los elementos que la inmensa mayoría de los conductores manejamos al ponernos al volante para garantizar tanto nuestra seguridad como la de quienes viajan con nosotros o por la misma carretera que nosotros. Es un injusto premio a un gestor nefasto. Pero claro, Zapatero es así.
Ha sido elegido candidato por los socialistas para las próximas elecciones el pasado fin de semana y sin querer quitarle ni un ápice de democracia al hecho, creo que es oportuno destacar al menos cuatro aspectos de dicha puesta en escena.
A cuatro meses vista de las elecciones, Zapatero ha dejado la vestimenta informal y se nos ha plantado en un acto de fin de semana con traje y corbata, intentando trasmitir una imagen más seria, más de hombre de estado, con la noble intención de recoger votos de sectores más tradicionales de nuestra sociedad, pero olvidándose de cuántas patadas le ha dado durante su mandato al país que preside.
Lo ha hecho acompañado en el escenario de su señora esposa, cogiditos ellos por la cintura, intentando trasmitir una imagen más familiar –de familia tradicional- con la noble intención de recoger votos de los sectores más tradicionales en la defensa de los valores familiares, pero olvidándose de cuánto daño a hecho a las familias españolas durante su mandato.
Se ha cuidado mucho de no enviar mensajes programáticos de futuro, al contrario que Rajoy hace una semana, sabedor de que el gran cúmulo de mentiras que se amontonan en el repaso de su legislatura le restan todo el crédito necesario para poder hablarnos de mañana sin que caigamos en la tentación de repasar el pasado inmediato. Omite sus planes futuros con la noble intención de recoger votos de los sectores más olvidadizos de nuestra sociedad, como si alguien pudiese olvidarse de todas las trácalas y patrañas que Zapatero nos ha metido al cuerpo durante estos cuatro años.
Todo esto lo hizo ante miles de simpatizantes socialistas que –hipnotizados por los cantos de sirena de “José Luis y su guitarra”- no se han dado cuenta de que su líder es amigo del golpista Hugo Gorila Chávez y que de él está aprendiendo modos y maneras que entrañan enormes riesgos para la democracia. En tiempos de Felipe González -¡qué bien que ya pasaron!- su personal y particular forma de dirigir el país y su partido nos llevaron a un movimiento político de pensamiento unipersonal conocido como “felipismo”, en el que los socialistas mantuvieron su imagen, la imagen del puño y la rosa. Hoy Zapatero no solo obliga a los socialistas a hablar mal el español –haciendo terminar en Z palabras que no contienen esa letra- sino que les ha cambiado el puño y la rosa por la Z. Todo un golpe de mano que no augura nada bueno.
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