jueves, 22 de noviembre de 2007

La audiencia


No voy a emplear más tiempo ni líneas en este blog para dejar constancia del rechazo que siento por determinados programas de televisión en los que son aireadas y alentadas las mayores miserias humanas, a través del seguimiento –persecución la mayoría de los casos- de la vida más íntima de distintos personajes, famosos de la farándula, de la política, de las artes, etc., etc. Creo que –al contrario de lo que manifiestan quienes los promueven y viven de ellos- estos programas no reflejan una parte oculta de nuestra sociedad, sino que están alentando unas actitudes y comportamientos que poco benefician a nuestra sociedad, especialmente a los más jóvenes.

El acuchillamiento de una joven rusa por parte de un individuo que cinco días antes había visto rechazada públicamente, ante los ojos de no sé cuantos millones de espectadores, su petición de reconciliación y matrimonio con la desdichada víctima no hace sino reafirmarme en mis convicciones con respecto a estos programas. Menos mal que la justicia y distintas entidades están analizando muy críticamente las intervenciones de las televisiones en conflictos como este porque si no, estoy convencido que más de un programita de estos –quienes los dirigen y emiten- ya estaría pensando en la entrevista en profundidad con el asesino.

Se que son muchas, muchísimas, las personas que delante del televisor se beben a través de las neuronas –ya os dije que las neuronas no giran y ahora añado que no beben, pero algunas personas al ver este tipo de programas tienen las neuronas como borrachas- las historias que con una buena carga de morbo y un toque fácil a los sentimientos van desfilando por la pantalla. Personas que no querrán entender ni compartir mi forma de pensar sobre este tipo de programas. Es más, está claro que los programas están perfectamente estudiados en cuanto a su horario, tipo de espectador y contenido con el fin de asegurar una determinada audiencia. Son programas –algunos de ellos- diseñados para acompañar en la soledad y desde los sentimientos a cientos de miles de personas necesitadas de ello, pero no son programas inocuos.

El caso de la joven rusa asesinada cinco días después de rechazar las pretensiones de su asesino alicantino en televisión, nos ha de obligar a estudiar las consecuencias que este tipo de programas pueden acarrear. La joven, que ya había sido maltratada por su asesino, con una orden de alejamiento dictada por un juez, es sentada por sorpresa ante los ojos de cientos de miles de espectadores frente a su maltratador y pese al horrible miedo que pueda sentir, es capaz de rechazarlo. Firma, en una situación totalmente anómala y desconcertante, su sentencia de muerte. El maltratador no solo ha sido rechazado, sino que lo ha sido en público. Ni la presión de su presencia, ni la presión de las cámaras, ni la presión del público presente en el estudio consiguen amedrentar a la joven y él, herido en su asqueroso machismo dominador y esclavizante, no puede consentir que siga viva.

¿Responsabilidad del programa? Se supone que ignoraban los antecedentes maltratadotes del asesino. Se supone que ignoraban que había sido condenado a prisión por malos tratos. Se supone que ignoraban –seguro que lo ignoraban ya que el auto aún no le había sido notificado al asesino- la orden de alejamiento a más de 500 metros de la joven rusa que pesaba sobre el asesino. De acuerdo en que posiblemente los responsables del programa ignorasen estos aspectos.

Sin embargo yo me hago una pregunta –que os traslado amigos blogueros- que me repito desde que se pusieron de moda este tipo de programas y que -sin ningún género de dudas- tiene una respuesta fácil que a buen seguro podrían aplicar los responsables de programas como el aludido en este post. ¿Qué mentalidad puede llevar a una persona a contar sus miserias y las de su amada -¡menuda forma de amar!- ante millones de espectadores para conseguir de ella lo que no ha conseguido en la cercanía y la intimidad? Si los responsables de estos programas contestasen a esta pregunta, sabrían por qué no deben llevar a la pantalla a determinadas personas. Si quienes son asiduos espectadores de estos programas pensasen la respuesta, les dejarían sin audiencia. Sea como sea, el asesino es un hijo de puta.

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