lunes, 4 de junio de 2007

El viaje


No es fruto de un calentón momentáneo. Ni lo es como conclusión de una larga noche cargada de alcohol, ni de un desengaño amoroso. La decisión, meditada –con la serenidad que el hambre que hiere todos los sentidos o la implacable persecución del tirano de turno permiten-, estudiada en sus extremos más simples –la vida o la muerte- es inapelable.

Desde fuera los mensajes son algo confusos pero, en todo caso, esperanzadores. Es cierto que algunos ha regresado pero su experiencia llega con cuentagotas y filtrada por el aparato de represión del tirano. Se confunden en los rumores muerte y vida, lujo y miseria, libertad y opresión, dolor y placer, cielo e infierno. Se sabe que algunos –unos cuantos miles, averiguarán después- murieron en el camino engullidos por las aguas heladas del mar salvador, o con la cicatera herida del hambre partiéndoles el corazón.

El camino es largo, duro, penoso, incierto, pero es el único. Dicen que son varias las alternativas para hacerlo, en función del dinero de que se disponga. Algunos incluso lo han intentado por sus propios medios, construyéndose una embarcación. El Mediterráneo o el Atlántico son los canales del viaje. Las islas Canarias o las costas de Andalucía son los puntos de llegada. El fondo del mar el fin de muchos de ellos.

Otros vienen del continente americano, con métodos de viaje y entrada en España diferentes a los africanos, con lengua y costumbres más parecidas a las nuestras. Muchos tendrán sangre mezclada con la de nuestros antepasados y algunos incluso podrían tener algún lejano pero no remoto grado de parentesco con nosotros.

Otros vienen de Asia, adaptándose y copiando para pasar lo más desapercibidos y, los más cercanos, vienen de nuestro propio continente.

En todos brillan las mismas luces en su mirada, todos buscan –el destino después dirá lo que quiera- libertad y futuro. El hambre, las guerras, las persecuciones políticas, la intolerancia, la tiranía…son elementos que encontramos en la historia de cualquiera de ellos. Aquí correrán suertes muy diversas. Algunos – ¡qué macabra cifra!- ni siquiera han conseguido llegar. La ignominia de quienes les cobraron su miseria para abandonarlos en medio del mar, solo les podía procurar la muerte.

Como colectivo nos da miedo referirnos a ellos –algunos de los nuestros se encargan de inventar palabras acusadoras para evitar que hablemos- aunque sabemos de la necesidad de hablar en profundidad para encontrar soluciones válidas, alejadas de las demagogias electoralistas. Individualmente, son como nosotros. Idénticos. Los hay de todo tipo y para todos los gustos. Muchas veces no nos acercamos por miedo a reconocernos en ellos. La única diferencia estriba en que nosotros nacimos en el “Primer Mundo”. La ruleta de la fortuna nos apuntó en el momento preciso.

El llamamiento insensato de las regulaciones masivas y la nefasta política de inmigración –ya se lo dijo en su día Sarkozy- de Zapatero no hacen sino agravar hasta límites inhumanos, el calvario al que se ven sometidos cientos de miles de inmigrantes que engañosamente han creído encontrar en su viaje a España la alternativa a la muerte.

La errática política de Rodríguez Zapatero incide en la masiva llegada de inmigrantes e incide también en los complejos con los que intentamos encontrar soluciones.

Con la llegada del buen tiempo, el goteo continuo de embarcaciones a la deriva ante las costas españolas se convierte en una sangría permanente y voraz en la que pierden la vida muchísimos de ellos. El gobierno de Zapatero –o el de Rajoy- ha de poner solución. Mientras eso viene, lo que nos llegan son cayucos, pero dentro traen personas.

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