martes, 18 de marzo de 2008

"Licencia lluviosa"

Llueve. El crepitar rumoroso de las gotas de lluvia continuas, rápidas, húmedas, traspasa el oscuro y ensoñador espacio del fallado, entre el tejado y la planta alta, y se esparce como un manto sonoro de vida por los rincones de la casa.

Llueve. No hay alteraciones en el ritmo, nada parece perturbar el grave descenso de las luminosas gotas en su caída urgente y armoniosa hacia la tierra. El tejado es solo una condición humana para esquivar lo necesario, lo deseado. Es una excusa de la modernidad en los últimos milenios. El discurrir veloz y sonoro del agua de la lluvia entre las tejas es una música buscada.

Llueve. El gris que refleja el inmenso Atlántico es fiel notario de esa maravilla de la naturaleza –indudablemente con rastros de divinidad, de entidad superior- que permite que un cielo invulnerable, capaz de hacer invisible al mismísimo astro rey, se transforme por obra y gracia de unas diminutas gotas de agua en una espesura verde, fragante y frondosa, con tal carga de vida y sentimiento que las Meigas –esos extraordinarios seres que dan nombre a este Blog- las eligieron para morarlas.

Llueve. El sonoro deslizar del agua por las paredes de piedra obtiene su ritmo y su tono gracias al musgo que tiñe –como lo haría la brocha del pintor- de verde las pétreas paredes. En su caminar vertical alcanzan un frescor musical irrechazable cuando –en puro tempo físico- componen una melodía de tonalidades laborales al perderse entre el vivo ritmo creado por el agua al caer al suelo directamente del tejado.

Llueve. Las gotas crecidas en la unión con sus iguales, como una gran manifestación de vida y resurrección, se deslizan en pequeños hilillos filtrándose en la tierra unos, e incorporándose a caudales mayores otros. La vida caída del cielo corre a multiplicar la vida en la tierra bañando en su alegre discurrir riachuelos, prados, robles, álamos, castaños, pinos y eucaliptos. Corre limpiando caminos y almas, cuerpos y espíritus. Corre llevando el rumoroso mensaje de la vida y la fertilidad hasta el último de los rincones, hasta el último coido.

Llueve. Tras los cristales de la casa una brumosa cortina de agua apenas permite atisbar la lejana silueta de los robles que guardan en formación continua el camino de acceso. La lluvia alrededor de la casa se transforma en un inmenso coro que resalta y acompaña los sonidos del agua cayendo sobre la vivienda. Un coro que suena, que huele, que se ve y se toca. Un coro de sentidos para crear un sentimiento.

Llueve. Dentro de la casa, en Galicia, el sentimiento nacido. Un sentimiento que creará vida. Al calor de la lareira, acompañados por los sonidos de la lluvia, un hombre y una mujer acompasan sus sentimientos -conocidos los sentidos- y crean vida.

Llueve. Llueve en Galicia.

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