lunes, 24 de marzo de 2008

Carnaval


Hoy empieza el baile de máscaras. Ya, ya sé que los carnavales pasaron hace un mes largo, pero eso no quita para que quienes llevan su verbo y su alma eternamente disfrazados comiencen hoy su nuevo baile de máscaras.

Cuando pasen cuatro años –si es que antes no deciden irse- caeremos de nuevo en la cuenta de que todo fue una vulgar mascarada. Cuando acabe la legislatura que ahora comienza, muchos caerán en la cuenta de que durante un tiempo importante de nuestra vida –cada segundo es importante, sobre todo si lo queremos vivir- se han quedado de nuevo con el personal.

Cuando ciento veintitrés millones doscientos diez mil cuatrocientos segundos de nuestra vida –para los matemáticos, recordad que este año es bisiesto- hayan formado parte del escenario de la burla y el engaño y los hayamos perdido en contemplar una vez más –y en sufrirlos en nuestro bolsillo- el dislate que acometen a diario desde el poder democráticamente otorgado, entonces quizás sea tarde.

No tengo por menos que reiterarme una vez más en mi apoyo a la pretensión de Izquierda Unida –pretensión mayoritaria, si se consultase a los ciudadanos- de conseguir una modificación sustancial de la Ley Electoral.

¡¿Quién me lo iba a decir a mí?! A mis años y con estos pelos, coincidiendo con IU. Pero ¡alto! ¡quietos parados!, que una cosa es coincidir en la necesidad de modificación de una ley que le da valor distinto a los votos en función del votante y del destinatario del voto, y otra muy distinta es balancearme al ritmo de quienes perdieron la más mínima referencia de la vida real y de las necesidades y posibles soluciones que tengamos las personas.

Ya lo he dicho en alguna ocasión. Con sus bondades y sus virtudes –que seguro las tienen como personas- políticamente se quedaron colgadas en las invisibles escarpias del tiempo y solo cuando el zapato les aprieta –como ha ocurrido en estas pasadas elecciones al comparar sus votos y escaños con los de los nacionalistas- son capaces de pensar para todos, no como colectividad sino como individuos, que así es como nos gusta que nos consideren aunque ellos no quieran entenderlo.

Solo desde la injusta representación que un puñado de votos nacionalistas confiere, se puede entender que España esté de nuevo a merced de lo que Zapatero mercadee con ellos. Una vez más por expreso deseo de unos pocos, la inmensa mayoría de españoles vamos a ver cómo la balanza de los dineros de todos, las prioridades económicas y sociales se van a inclinar de nuevo hacia los mismos pocos de siempre.

Por eso comienza de nuevo la mascarada, el baile de disfraces, el engaño perpetuo. Curiosamente ellos, los que se llevan la parte del jamón, no lo ocultan, no lo dulcifican, no lo disfrazan. Lo manifiestan abiertamente. Hacen su oferta públicamente, cual rameras en exhibición, diciéndonos abiertamente cuánto cuestan sus servicios. Ellos no se ocultan en sus pretensiones. Nos dicen a las claras cuántos cuartos nos van a sacar.

Los del disfraz, los de la mascarada, son los otros, los que sabiendo que están prostituyendo nuestro país están dispuestos a aceptarlo con disimulo, con excusas, con disfraces.

Hoy empieza el baile de disfraces. Desde hoy Zapatero, el friki Pepiño y tantos otros de la corte de ZP, dedicarán ímprobos esfuerzos a contarnos milongas, cuentos y trolas para justificar su claudicación ante las minorías nacionalistas tan injustamente favorecidas por la Ley Electoral.

Si yo estuviese en la oposición, tendría como uno de los principales objetivos de esta legislatura conseguir la modificación de la Ley Electoral, acabar con el baile de máscaras.

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