miércoles, 17 de septiembre de 2008

La condena


Me parece que durante un tiempo voy a pasar de la crisis. Bueno, de hablar de ella, porque de sus consecuencias no me libra ni San Pedro. Total hable o no hable, diga o no diga la crisis seguirá presente entre nosotros –como ese amigo gorrón que no consigues despegarte de encima nunca- y Zapatero y compañía no cambiarán su actitud y su mensaje por mucho que yo me empeñe.
Además la vida tiene otros aspectos mucho más edificantes y alegres. Sin ir más lejos anteayer Ruiz Gallardón en la 1 le ponía nombre y cara a sus anhelos oníricos marcando de paso una satisfactoria línea divisoria entre Esperanza Aguirre y Jiménez Losantos. Es cierto que no reveló el contenido de sus sueños pero sí utilizó la expresión “agradable” para referirse a ellos. ¡Vamos, que no hay como el distanciamiento de las vacaciones veraniegas para que nos demos cuenta de cuánto queremos a nuestros semejantes!
Llevó muy bien la entrevista Alberto aunque espero que mi partido, el mismo PP en el que milita él, llegue a asumir como postura democráticamente acordada –y así sea asumida por todos los militantes, como muy bien nos explicó- la cadena perpetua para determinado tipo de delitos. El principio de reinserción es inaplicable por puro sentido común a determinados delitos y delincuentes y, el hecho de que la Constitución no recoja este tipo de condena, es solucionable a través del acto legal de modificarla.
De todas formas me imagino que Ruiz Gallardón –de natural fino en sus expresiones y análisis- no quiso poner las cosas en su sitio a través del uso de la semántica. Son los socialistas unos maestros en esto de desdibujar la realidad a través del nombre de las cosas y a nosotros aún nos cuesta un poco de trabajo y cierto rubor. Es cierto que hablar de cadena perpetua es arrastrar dos connotaciones que pueden herir determinadas sensibilidades, especialmente de los más progres –rojerío puro me recuerda Moura, que por cierto está de un relajado sublime - que para estas cosas lo llevan siempre a flor de piel.
La cadena nos lleva en la memoria y la imaginación al tiempo de los esclavos encadenados, conducidos en fila como si de un rebaño de animales se tratase o a los tiempos en que los presos –ahora no son presos sino internos, como algunos escolares- arrastraban con una enorme cadena una negra y pesada bola de hierro enganchada a su tobillo.
Lo perpetuo es eterno, para siempre, y ¿puede haber castigo tan malvado como para condenar a alguien a soportarlo incluso después de muerto? Lo perpetuo no es humano ni medible y por lo tanto no debe ser utilizado en una condena aplicada a quienes –precisamente por humanos- tenemos conciencia del tiempo y de la caducidad de la vida.
El cumplimiento de una condena como elemento necesario en el principio de reinserción ha de tener un tiempo que se pueda contar y no puede -por atroz- llevarse a cabo con el encadenamiento del individuo en cuestión. Es por lo tanto una cuestión semántica relativamente sencilla de resolver. ¡No a la cadena perpetua!, está claro. Introduzcamos en la Constitución –es tan necesario como absurdo negarlo- la pre-reinserción vitalicia con internamiento en centro penitenciario.
Por cierto, si hay 180.000 inmigrantes cobrando el paro y 20.000 andaluces en la vendimia francesa, se podrá decir que hay 180.000 inmigrantes cobrando el paro y 20.000 andaluces en la vendimia francesa sin ser acusado de xenófobo ¿no?.
¿Qué? cuestión de semántica ¿verdad? La misma que utilizaron Conde Pumpido y el rojo Bermejo para consentir la presencia de ANV en las instituciones vascas.

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