viernes, 1 de febrero de 2008

"Jacinto"

Con mi agradecimiento a José Luis Lindo,

fuente inagotable para la memoria real de un pueblo.

Ramón deslizó con sumo cuidado y ensordecedor silencio el enorme cerrojo que permitía abrir la cancela que cerraba aquella parte del prado. Los animales allí instalados no extrañaron su presencia ya que, al fin y al cabo, con ellos pasaba una buena parte de las horas del día cuidándolos, moviéndolos de un cuadrante de pasto a otro, alimentándolos en los fríos inviernos de Aranjuez y lo consideraban casi uno de los suyos.

Con sigilo y hablándoles con la confianza y la dulzura que a diario empleaba con ellos, Ramón fue llevando en pequeños grupos a los caballos hacia la abertura en la valla. Allí, amparados en las sombras del anochecer, una treintena de sus habituales compañeros de trabajo, vestidos con ropa de abrigo y pertrechados para lo que suponían era un largo viaje cuyo destino y duración pertenecía al mundo de lo futurible, montados en sendos equinos, intentaban mantener reunidos –con la maestría de quien tiene un oficio aprendido desde niño y la convicción de quien conoce la importancia de sus actos- a los caballos que poco a poco Ramón acercaba a aquel punto.

A pocos cientos de metros, en las primeras casas de la finca, varias mujeres y niños tenían un especial empeño en hablar muy fuerte, en jugar a juegos divertidos pero fundamentalmente ruidosos y en cantar alguna que otra canción popular exenta de cualquier manifestación sobre la situación que en aquel momento se estaba viviendo en España. Su cometido era llamar la atención hacia el sitio en donde ellas se encontraban, para desviarla del punto en donde Ramón y sus compañeros estaban dando comienzo a una arriesgada aventura en la que les podía ir la vida. La de ellos y la de quienes vivían allí.

Ramón y sus compañeros no habían recibido aún ninguna orden del Caballerizo Mayor, pero estaban seguros de que tenían que actuar de inmediato o la cabaña se perdería en manos de los invasores. Una vez que hubieron reunido 300 cabezas de ganado, a la orden de Ramón todos se movieron trazando un círculo imaginario alrededor de los caballos ,que a partir de ese momento empezó a moverse como un solo cuerpo y con la suavidad y el silencio exigidos. Se movieron hacia el sur, en dirección a La Mancha y con el pensamiento puesto en Andalucía.

En un rincón de la vivienda más cercana, Jacinto y Francisca, su madre, habían presenciado con el corazón encogido toda la operación. Jacinto a sus doce años pujaba por salir al exterior para alcanzar a su padre y pedirle que no se fuese, mientras Francisca, con infinita paciencia y ternura, lo sujetaba abrazándolo contra su pecho y repitiéndole una y otra vez “-Déjalo marchar, es bueno para todos y necesario para la patria”.

Jacinto no entendió aquellas palabras, aunque la fortaleza con que su madre las pronunció le reconfortaron el ánimo y cesó en su intento por correr detrás de Ramón, al que recordaba cuando aquella tarde se despidió de él abrazándolo al tiempo que le decía “- Hijo, es el momento de servir a la patria en su lucha contra el enemigo invasor sin preguntar cuál es el precio. No sé cuando nos volveremos a ver, ni siquiera si nos volveremos a ver pero recuerda, y cuéntalo cuando seas mayor, que yegüeros, mozos y mayorales también hicimos valer nuestro amor a la patria ante el invasor Bonaparte, alejando de su rapiña un buen número de yeguas y caballos de la Real Yeguada de la Casa de la Monta de Aranjuez. Este 2 de diciembre de 1808 hijo mío, formará parte de la historia con mayúsculas de España, y de la libertad de sus hijos”.

Francisca secó las lágrimas de Jacinto y consiguió dormirlo arrullándolo en su pecho. Su corazón constreñido por la partida del hombre al que amaba, de su hombre, latía con la fuerza de quien sabe que sobre su sacrificio se está edificando el futuro de una nación y con la esperanza de volver a tenerlo a su lado algún día.

Ese corazón supo luchar para ver como tres años después Ramón volvía a casa. Pero lo que ocurrió, cómo ocurrió y por qué ocurrió es otra historia que cuentan mucho mejor cronistas e historiadores. Y por supuesto Jacinto.

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