miércoles, 26 de diciembre de 2007

Las felicitaciones


Los dos últimos días se me complicó bastante la escritura del blog. Atender a las felicitaciones de Navidad llegadas a través de e-mail y a los SMS portadores de espléndidos deseos para estas fechas y para el año que está a punto de comenzar, es una ocupación –muy entrañable y satisfactoria- que requiere una buena dosis de tiempo. Eso me ha impedido en buena medida –aunque esas cosas no se deben medir- abrir esa ventana sin límites por la que casi a diario me asomo desde hace ya diez meses, con la intención de saludaros, ver cómo anda el mundo –curiosa expresión que define lo que hace parte del contenido pero no el continente, que en un simpático movimiento nos lleva del día a la noche sin interrupción y con medida exactitud- y contaros lo que en cada momento me parece más oportuno, ya sea para compartir dudas, experiencias, temores, alegrías, penas, esperanzas y deseos, sin más pretensión que haceros partícipes de ellas a quienes de vosotros amigos blogueros os resulten entretenidas o interesantes.

Sin embargo, a pesar del tiempo dedicado a ello en estos días, la misión –repito que para mí entrañable y satisfactoria- aún no está terminada. Una buena cantidad de SMS y correos electrónicos han de salir aún de mi teléfono móvil y del teclado de mi ordenador para dar cumplida y merecida respuesta a quienes un año más –he ahí una de las maravillosas virtudes de estas fiestas- habéis querido dejarme patente vuestro afecto y amistad. Algo más lento de lo que me gustaría, pero a la alegría de recibirlos responderé con el agradecimiento de enviarlos.

Hay una “felicitación” que nos hicieron a todos los españoles precisamente al comienzo de la noche del 24, en plena Nochebuena. Una “felicitación” macabra, cargada de terror y totalitarismo. ETA nos recordó una vez más que para los mafiosos asesinos y quienes les amparan cualquier día, cualquier fecha, cualquier celebración es un momento ideal para matar. Pues va a ser que no, que mi espíritu navideño no me va a alcanzar para pasar como si nada hubiese ocurrido. Va a ser que no, que a estos facinerosos hijos de puta no les voy a desear ningún tipo de felicidad ni alegría.

Para ellos mis más sinceros deseos de que los detengan, los juzguen y se pasen una buena temporada en la cárcel. Y si es posible, que les condenen a escribir a mano postales navideñas que vendan después a beneficio de las víctimas de sus atroces actos.

A ellos no los he sentado a mi mesa en estas fiestas. A los demás sí. A unos -¡qué suerte la mía!- los he tenido físicamente conmigo, a mi lado. A otros –los más, unos porque estaban/estabais lejos y otros porque habitan en el corazón- no los he podido ver ni tocar, pero los he sentido conmigo, muy cerca, trasmitiéndome el cariño y la amistad que hicieron que ocupen en mi corazón ese rincón sin dobleces, sin aristas ni recovecos, ese rincón sin esquinas del que ya os he hablado en alguna ocasión que es capaz de guardar lo esencial, lo bueno, lo que merece la pena. Desde ahí, desde ese rincón lleno de luz y alegría me han acompañado –realmente nos acompañan a todos los que los quisimos y los queremos- cuando al sentarme a la mesa la noche que precede al día en el que recordamos el nacimiento de Jesús, he tenido la agradable sensación de estar compartiendo algo que va más allá de la vida y la muerte.

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