miércoles, 12 de diciembre de 2007

Ferroviaria


Cabalgan a diario sobre los caminos de hierro. Son las invisibles amazonas que conducen sin mandos, sin volantes, sin teclas ni instrumentos los caminos de cientos de miles de viajeros a través de las líneas del ferrocarril, a través del “chemin de fer” que dirían mis buenos amigos franceses. Imaginarias conductoras que –sin conocer los olores y colores de una cabina de conducción del tren- nos llevan a través de las líneas paralelas e interminables que los dos raíles van trazando caprichosamente a lo largo de la geografía de nuestro planeta..

No saben conducir un tren pero son maravillosas expertas en conducir los derroteros de quienes arrastrados por la loca máquina del vapor, o en versión más moderna por la electricidad que aporta la catenaria, estamos dispuestos a conocer y vivir experiencias que solo a lomos de la atronadora serpiente de metal se pueden recoger.

En su boca, sus ojos, su gesto y sus palabras podemos encontrar las virtudes de nuestro planeta o –si ellas quieren- la negación de la propia existencia. Nos pueden dibujar un idílico recorrido gozado tras los cristales de una volátil ventanilla y –si quieren, y casi siempre quieren- nos pueden ensoñar con el simple hecho de relatarnos las horas –con sus minutos incluidos- en los que visitaremos a través de un letrero de estación de ferrocarril mil y una poblaciones que sin duda formarán –si es que no lo formaban ya- parte de la historia que contaremos a nuestros nietos. Porque eso sí que es seguro, los viajes que hayamos realizado en tren, sobre el camino de hierro, son viajes que contaremos a nuestros nietos, son viajes que –por lo que de intrépidos siguen conservando- no podremos resistirnos trasmitir como vivencias cuasi existenciales.

Detrás de esas bocas, esos ojos, esos gestos y esas palabras, están personas anónimas para la inmensa mayoría de quienes recorrerán los caminos que ellas les han indicado. Para quienes por distintos motivos hemos alcanzado a conocer –aunque sea levemente- a las personas que las portan, a las personas que con su sonrisa, su buen hacer, su amabilidad nos ayudan a viajar a los confines de la tierra, hoy es un día triste. Un día en el que somos conscientes de que hemos perdido una sonrisa que ocultaba detrás a una encantadora mujer, María Jesús. Muchos viajeros serán conscientes más adelante de su ausencia. Hoy, muchos ferroviarios y muchos de quienes sin trabajar allí sabemos cómo huele el carbón y el tiempo que tarda en repararse la catenaria, lloramos por su temprana pérdida. En el cielo –en donde seguro que hay “chemins de fer”- estará ayudando a los ángeles con su amable sonrisa para que no se les pierda ningún viajero. Lo lleva en la sangre, como todos los ferroviarios, y lo lleva en el alma.

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