El viernes 22 de noviembre de 1963 mientras circulaba en el coche presidencial por la Plaza Dealey de Dallas, Texas, acompañado por su esposa Jacqueline, fue asesinado John F. Kennedy, trigésimo quinto Presidente de los Estados Unidos. En el coche también viajaban el Gobernador de Texas John Borden Connnally Sr y su mujer Nellie, así como dos agentes del servicio secreto. El Gobernador Connally resultó gravemente herido pero sobrevivió.
A lo largo de estos cerca de 44 años hemos visto una y cien mil veces las imágenes de aquel luctuoso hecho que conmocionó al mundo. Hemos leído artículos, ensayos, novelas y todo tipo de géneros literarios que recordaban aquellos momentos trágicos. Hemos contemplado exposiciones fotográficas, hemos escuchado debates e informes, hemos visto películas y hemos asistido a los trabajos de la Comisión Warren, encargada de dar una versión oficial sobre el magnicidio que medio mundo contemplamos en directo a través de las pantallas de televisión.
Independientemente de lo que cada uno podamos pensar sobre lo ocurrido, sus autores, sus inductores, sus objetivos…lo cierto y verdad es que el asesinato de JFK nos ha sido recordado desde aquel fatídico día de Santa Cecilia -¡qué radical diferencia en el recuerdo que ese día de noviembre tiene para la historia de Aranjuez y de la música internacional!- de 1963 y nos será recordado eternamente. No es una cuestión de morbosidad desmesurada, sino de poner de manifiesto la magnitud del hecho y la importancia del mismo para su conocimiento por parte de las generaciones venideras.
Traigo a colación este hecho tan lejano en el tiempo y en la geografía tras cumplirse –y celebrarse, porque los españoles de bien lo celebramos- el décimo aniversario de la liberación de José Antonio Ortega Lara. Ayer hizo diez años de uno de los momentos más emotivos vividos a lo largo de este sanguinario periodo de nuestra historia, en el que ETA viene decidiendo quienes vivimos y quienes no. Y traigo el magnicidio de Kennedy a mi/vuestro blog porque el próximo martes día 10 se cumplen también 10 años del secuestro de Miguel Angel Blanco que, tras las 48 horas más agónicas vividas por nuestro país en nuestra reciente historia, fue vilmente ejecutado por los mafiosos asesinos.
Antes de su asesinato los españoles -los demócratas cuya unidad se pone en tela de juicio con tanta frivolidad como frecuencia- ya habíamos decidido que todos éramos Miguel Angel Blanco. A lo largo de días, semanas, meses y años recordamos a los asesinos aquel mensaje que nos quemaba al salir de nuestras entrañas “ETA, Miguel Angel somos todos”. Un mensaje de unidad, decisión y condena ante el atentado que supuso un antes y un después en la percepción que los españoles teníamos de la banda asesina y sus pretensiones.
ETA emprendió el genocidio del pueblo español hace más de cuarenta años y no estaría de más que sin menoscabo de la memoria, la dignidad y la justicia debida para todas y cada una de las víctimas de sus repugnantes atentados, fuésemos capaces de reconocer que entre todos ellos se produjo un magnicidio. El de Miguel Angel Blanco.
Magnicidio es el asesinato de una persona muy importante por su cargo o poder. Es cierto que Miguel Angel ostentaba un cargo de relativa importancia, concejal del Ayuntamiento de Ermua, que no permitiría catalogar su muerte como magnicidio. Sin embargo no es menos cierto que Miguel Angel, durante las 48 horas de su/nuestra agonía y tras su ejecución tuvo el poder de ser todos nosotros. En él nos sentimos representados todos y en él nos sentimos asesinados todos. Su agonía fue la de todos nosotros y seguro que en el momento de su muerte sintió el dolor intenso y profundo de todos nosotros. Ese fue su gran poder y por eso hemos de considerar su asesinato como un magnicidio. Un hecho que por su importancia en la historia de nuestro país debemos recordar continuamente. Un luctuoso hecho que debe tener para nuestro país y quienes estudien nuestra historia la misma relevancia que para los norteamericanos tuvo el magnicidio de JFK.
En estos tiempos azarosos de dispar actitud ante las amenazas y los hechos de la banda asesina es bueno que vayamos utilizando adecuadamente la terminología, para evitar las letales consecuencias del relativismo de Zapatero. Desde este humilde blog quiero reivindicar con toda mi fuerza que el asesinato de Miguel Angel Blanco sea considerado como un magnicidio.
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