Hoy hace un día espléndido en la Costa de la Muerte, mirando al Atlántico, de espaldas a la salida del sol. Una débil brisa del norte mezclada con el sol que llega hasta el mar a través de un cielo completamente limpio y radiante, permite tener esa extraña a la par que agradable sensación de inexistencia de temperatura. No es el "ni frío ni calor" de los cero grados, sino la justa temperatura que te impide notar diferencia entre tu cuerpo y el exterior. La temperatura que te integra absolutamente en la naturaleza que te rodea. ¡No me extraña que Moura lleve ya unos días en Galicia!
Sin embargo la melancolía –que no el pesimismo crónico que decía el colectivista Pere Navarro- invade las calles, los montes, los mares y las almas de Galicia, al igual que lo hace en el resto de España. La melancolía del recuerdo de un día muy duro, muy doloroso y curiosamente muy esperanzador. La tristeza por el recuerdo del magnicidio de Miguel Angel Blanco.
Resulta cuanto menos curioso –por eso se inició en aquel fatídico día de hace diez años la rebelión democrática de todos los españoles de bien- que al cabo de estos diez años todos, preguntes a quien preguntes, mantengamos un recuerdo casi exacto, casi milimétrico de aquellos momentos. Recordamos nuestros sentimientos, nuestras angustias, nuestras esperanzas, nuestros razonamientos, nuestra desesperación, nuestro dolor. Y también recordamos –quizá con más devoción y respeto- el valor y el dolor de la familia de Miguel Angel y aquella voz elevada al unísono por todos los españoles: “Miguel Angel somos todos”.
Hoy, el Presidente Zapatero no estará acompañando a la familia de Miguel Angel Blanco en Ermua. Tampoco tiene nada de excepcional. Estará haciendo lo mismo que está haciendo desde que accedió a su cargo. Estará lejos, muy lejos de las familias de las víctimas. Nada por lo tanto nos debe extrañar su ausencia hoy en Ermua. Me gustaría sin embargo ver allí al cantarín Bono y al soplagaitas Ibarra. Si no van a acompañar a la familia de Miguel Angel, quedarán definitivamente como unos cantamañanas.
Tampoco son de extrañar las palabras del friki Pepiño tachando de cínicos a los dirigentes del PP por asistir a la manifestación convocada por la familia de Miguel Angel. Pepiño es un cretino incapaz de mantener la boca cerrada, aunque por abrirla ponga una vez más de manifiesto lo mísero de su condición política y humana.
Esta descripción –reconozco que desagradable- de la actitud mantenida por los dirigentes socialistas ante el décimo aniversario del magnicidio de Miguel Angel Blanco, perpetrado por los repugnantes asesinos de ETA, no me lleva sin embargo a pasar por alto la valiosa actuación llevada a cabo por las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y, por lo tanto, por el Ministerio del Interior con la detención de varios terroristas en disposición de atentar de forma inminente en nuestro país. Los demócratas seguimos teniendo claro que el enemigo es ETA y que a quien hay que derrotar es a ETA. Eso no está reñido con llamar al pan, pan y al vino, vino.
Hablando de cretinos, prefiero quedarme en este calificativo y no perder el tiempo buscando otros posiblemente más duros y ajustados, a la hora de adjetivar el voto en contra del eurodiputado socialista Miguel Angel Martínez, vicepresidente de la Eurocámara, ante una propuesta para crear unas becas para mujeres investigadoras con el nombre de la ex comisaria europea Loyola de Palacio, fallecida en diciembre del pasado año.
Es inaceptable la actuación de dicho eurodiputado, que tendrá entre sus muchos méritos el ser un verdadero desconocido para los millones de europeos que pagamos su excepcional sueldo. Unos alcanzan el reconocimiento de los ciudadanos por su valía, su trabajo y su demostrada defensa de los intereses de Europa y los europeos, como es el caso de Loyola y otros, como le ocurre a este eurodiputado, intentan alcanzarlo con actuaciones decrépitas, sectarias y pueblerinas como la expresada con su postura ante una propuesta justa. Igualmente inaceptable es que el PSOE no haya descalificado inmediatamente su actitud. Pero claro, estamos una vez más ante el relativismo zapateril.
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