viernes, 9 de enero de 2009

La maquinita


¡Vaya nevada! Independientemente de los problemas que una nevada de estas características pueda generar, la imagen que presentas ciudades como Aranjuez, mi maravillosa ciudad, cubierta por un manto espeso, esponjoso y embriagadoramente blanco es excepcional. No parece que sea este un año propicio para que se cumpla el refrán “Año de nieves, año de bienes”, pero en todo caso es bueno para el espíritu presenciar tan maravillosa postal en tiempo real.
No empezó bien el año. El ordenador ha decidido –hasta mi ordenador tiene más libertad que el rey Melchor en su paso por las ondas radiofónicas de Aranjuez, en una de cuyas emisoras (Onda Cero) no quiso hablar por temor a las represalias de su jefe, un jefe que en este caso está claro que no tiene nada que ver con el que todos entendemos que guía los pasos de los Magos de Oriente desde allí arriba, desde el cielo, sino un jefe más mezquino, de esos que llenan su boca a diario con una palabra, libertad, que no les cabe como concepto en el escaso cerebro en el que sujeta su coleta y de la que va enseñando a prescindir a sus incapaces cantamañanas- decidió el ordenador por su cuenta, sin mi permiso, darse unos días de vacaciones me imagino que con la intención de acometer este recién estrenado 2009 con la fuerza que va a ser precisa.
Podía haber retomado este vuestro/mi blog el día posterior a Reyes, pero uno de los regalos que los Magos me hicieron me perturbó sobremanera, hasta el punto de mantenerme incomodado todo el día. Hoy, superado el desasosiego y reconducido el regalo a su estado real –el de una simple máquina creada por el hombre para su divertimento y ayuda- me dispongo de nuevo a dejar que mi imaginación y las ganas de comunicar con vosotros amigos y amigas blogueros, me mantengan tecleando a diario durante un buen rato para seguir dando contenido a este blog.
Os lo cuento para no dejaros con la intriga. Me regalaron los Reyes Magos –los buenos, los de verdad, los que existen y existirán siempre que le demos sentido a lo que late continua y rítmicamente en nuestro pecho- una máquina conteniendo un sinfín de juegos y entretenimientos de todo tipo. Por tener, tiene hasta un cocinero que te explica hasta los más ínfimos detalles de la cocina. No digo de la buena cocina, porque en las instrucciones que da el susodicho para cocer un pulpo, demuestra que en la vida se ha enfrentado a semejante tarea o ha permitido que el friki Pepiño le diese las instrucciones.
Como los Reyes Magos suelen tener intencionalidad en sus regalos, la máquina contiene el Brain Trainning, una suerte de método para mejorar la memoria y el rendimiento cerebral. A mí no se me ocurrió otra cosa el día después de Reyes que ponerme con la máquina a conocer el método de los cojones. Perdonad la ordinariez, pero la entenderéis enseguida.
Una cara de un supuesto profesor japonés me va indicando las ventajas del método y los pasos a seguir, hasta que llego al punto en el que me invita a conocer mi edad cerebral. Se va a enterar este –pienso yo- dispuesto a romper los esquemas de la máquina. Nada, una gilipollez, una cosa sencilla que hasta un niño de primaria sería capaz de realizar con éxito. En un tiempo determinado el nombre de los colores amarillo, rojo, negro y azul te va apareciendo escrito con letras de esos mismos colores. Se trata de decir el color del nombre. ¡Chupado!
¿Chupado? ¡Y una mierda! 70 años es la edad cerebral que me dictamina la maquinita una vez concluido el ejercicio. De ahí a la depresión un paso. Superado el primer golpe, busco desesperadamente la forma de escribir en la máquina –antes de tirarla contra el suelo y pisotearla- la forma de decirle al japonés de marras lo que pienso de él, de su método y de su madre y afortunadamente al tocar la pantalla compruebo que no solo puedo repetir el ejercicio con más posibilidades de éxito, sino que lo bueno está en realizar este y otros distintos para mejorara mi rendimiento.
Cuando dejé la máquina, habíamos llegado a un acuerdo que resultaba satisfactorio para ambos. La máquina me reconocía una edad cerebral de 36 años y yo me comprometía con ella y con el japonés a realizar los ejercicios con asiduidad. Y, superado el angustioso momento, aquí me tenéis de nuevo para –con ayuda de mi encantadora amiga Moura, esa extraordinaria Meiga que me honra con su compañía- continuar conversando con vosotros a través de este vuestro/mi blog. El año que acabamos de empezar, no tiene desperdicio.

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