miércoles, 4 de junio de 2008

Photoshop


Nunca he sido –lo he reconocido en múltiples ocasiones- muy aficionado a los toros. Encuentro que tienen su cierto atractivo, que cumplen un papel social y cultural al que no debemos renunciar por mucho que unos cuantos presionen y albergan una de las tradiciones más arraigadas y mejor conservadas a lo largo y ancho de nuestra España, cuya silueta recuerda no en vano a una piel de toro.

He ido a los toros cuando me ha apetecido y cuando las responsabilidades de la representación que como Alcalde de Aranjuez ostentaba hacían protocolariamente aconsejable mi presencia. Es cierto que algunas corridas (también de toros) me han apetecido más que otras y también es cierto que cuento entre mis amigos –muchos, gracias a Dios, y de pata negra- con excepcionales aficionados, conocedores profundos de la Fiesta Nacional (también en Cataluña se llama así) que me han ayudado a comprender lo que ocurría dentro y fuera del ruedo en cada momento de la lidia.

Con grandes carencias por mi parte, pero esos amigos me permiten disfrutar en estos momentos del conocimiento necesario para disfrutar del espectáculo, el arte, el ambiente y la lucha entre tan majestuosa bestia y el hombre cuando decido ir a los toros.

Hoy se celebra en Bruselas, dentro del edificio que alberga al Parlamento Europeo, una mesa redonda sobre los toros en donde me imagino que los representantes españoles explicarán con detalle y sin demagogia las raíces de nuestra fiesta taurina y las indisolubles señas de identidad con nuestro pueblo. Curiosamente ayer o anteayer –dentro de una campaña contra las corridas de toros desarrollada en nuestro país pos algunos postmodernos- fue presentado un cartel en el que aparecía una mujer con sendas banderillas clavadas en su espalda.

Lo curioso –ya hemos visto en otras ocasiones lo ridículos que pueden ser algunos antitaurinos en sus expresiones- es que la mujer está desnuda y le han puesto la cara de Alaska, la abuelita con pelos de colores que funcionó allá por los años de la movida madrileña y, lo más curioso es que el cartel lo presentó ella misma.

Y digo que lo más curioso es que lo presentó ella misma, porque su presencia allí, al lado del cartel, dejaba bien claro y patente que el cuerpo del cartel no era el suyo y la cara había pasado –en el cartel también- por indescriptibles retoques para aparentar lo que no es, lo que ya no es.

Deberían algunos antitaurinos fijarse un poco más en el desarrollo y la esencia de esa tradición que quieren abolir a golpe de demagogia. Sería bueno que algunos, Alaska entre ellos, cayesen en la cuenta de que a lo largo de la lidia, incluso en el momento de la muerte, el toro conserva toda la dignidad que la naturaleza le ha otorgado. Hasta el último suspiro. No la pierde en ningún instante, ni siquiera en los carteles. Su naturaleza, la que le proporciona el respeto y la admiración de todos los aficionados, no le permitiría usar el Photoshop.

No hay comentarios: