martes, 14 de octubre de 2008

Sentado en el borde

Estoy seguro de que cualquiera de vosotros amigos blogueros es capaz de encerrar en las teclas de mi ordenador palabras sensiblemente distintas de las que os comentaba en el post de ayer. De hecho Moura –ya sabéis, mi encantadora amiga Meiga- me ha recordado que ni siquiera mencioné su letra, aunque lo ha hecho –como siempre- sin reproches.
Es cierto que teclas como la de la “C” encierran palabras diferentes a crisis, capullos o canallas. Curiosa, cariñosa, casual, cachonda, capaz, creadora, colega, completa, certera, son algunas de las palabras que a buen seguro le hubiese encantado leer a Moura, aunque entenderéis que ni la crisis económica que padecemos, ni Zapatero y compañía merecen malgastar esos adjetivos.
Lo más llamativo de una situación como la que vivimos actualmente es que parece que el mundo entero se para. Es como si solo existiese la crisis, sus consecuencias, los comentarios a millones en todos los medios de comunicación conocidos, las medidas y contramedidas de los gobiernos o desgobiernos –el nuestro es de estos últimos- de turno. En el trabajo crisis, en el bar crisis, en la mesa crisis, en el mercado crisis, crisis al pasear y crisis para dormir. Parece incluso que los rollos de doble hoja de papel higiénico, sumándose a la crisis, fuesen de hoja y media.
Sin embargo cuando sentado ante el teclado caigo en la cuenta de que entre las teclas existen espacios, ranuras y me asomo para ver entre ellas, sentado en el borde de la imaginación, recordando aquella impactante foto de Charles C. Ebbets "Lunch Atop a Skyscraper" -¿recordáis?, aquellos obreros desayunando sentados sobre una viga con toda naturalidad, a 250 metros del suelo, después de la Gran Depresión, vertiginosamente asomados por encima de los enormes rascacielos de Nueva York- me doy cuenta que por debajo de las teclas, por debajo de la crisis, la vida continúa.
La televisión continúa con su programación habitual –solo bajada del tedio por la curiosidad de la parrilla de la nueva temporada que, salvo honrosas series, nos llevará de nuevo a lo aburrido, casposo y barriobajero- como si nuestros oídos y nuestros ojos fuesen insensibles a la inmundicia y la espesura estética. Los empeñados en adueñarse de nuestras vidas nos amenazan –y lo llevarán a efecto- con jugar una vez más con el tiempo de nuestras vidas obligándonos a vivir una hora más el último domingo de octubre.
Los niños continúan asistiendo al cole con ilusión, con alegría, con los poros de su cuerpo dispuestos a absorber todo lo que la vida –a través de los maestros, los libros y sus compañeros- sea capaz de ofrecerles en las horas que conviven con ellos. Descuidados y contentos, ignorantes de que en cuanto los padres nos despistemos los van a dogmatizar “educándolos para la ciudadanía”, convirtiéndolos en sectarios peones de un ejercito creado a imagen y semejanza de la progresía más burda y rabicorta de nuestro país.
Pero también la gente continúa enamorándose, los niños naciendo, los médicos curando, las mujeres siendo mujeres, algunas recalcitrantes feministas convirtiéndose a la realidad deseada por todos, los policías deteniendo delincuentes y las floristas vendiendo flores, el sol saliendo por oriente y poniéndose por occidente, la hierba recién cortada oliendo a niñez y el inmenso Atlántico contando la vida, los amigos amándonos y los enemigos envidiándonos.
Es nuestro gran poder, nuestra gran baza. Hacer que la vida siga y sentir que la vida sigue. Sentarnos en el borde de las teclas para comprobar con vertiginosa satisfacción que nosotros, las personas, somos lo que realmente importa. En mi caso –permitidme esta licencia amigos blogueros- desde mi tecla, sentado con ilusión compruebo como mañana hace -¡uff!- unos cuantos años que me casé con una mujer y cada día la quiero más. Es lo que tiene la vida.

No hay comentarios: