martes, 21 de octubre de 2008

La comida

Hoy he quedado para comer con mi entrañable amigo César. Quienes tenéis el privilegio de conocerlo sabéis que compartir con él unos momentos es sin lugar a dudas un motivo de alegría para mí, y el resto de vosotros amigos blogueros, que no tenéis la dicha de contar con su amistad –os aseguro que porque el destino no os ha cruzado con él, ya que una vez que lo conoces es imposible no sentirle un enorme aprecio y admiración- os daréis cuenta a lo largo de este post de lo que encierra en su inmensa humanidad.
De entrada es un buen hombre –buena persona si queréis, para que no sea una afirmación machista- aspecto este importantísimo a la hora de entablar amistad con alguien. Es de los amigos que están ahí, aunque no te están llamando a diario para recordarte su amistad, pero si hace falta es de los primeros en responder. Incluso si no lo llamas.
Es una persona tranquila, sosegada, de las que son difíciles de cabrear porque entiende que en la vida hay suficientes cosas hermosas como para andar perdiendo el tiempo con pamplinas, pero de las que se disgustan profundamente cuando conocen de injusticias, desaires y sinrazones. Es marido atento y entrañable, padre preocupado, atento a la vida de sus hijos y de sus nietos. Le encanta reunirlos y disfrutar con todos ellos y le encanta la libertad que disfruta cada uno de ellos, a la que él indudablemente ha contribuido con su trabajo, su esfuerzo intelectual y sus principios.
Es de los españoles-igual que nos pasa a muchos- que no entienden cómo pueden estar hoy de huelga los jueces de toda España, reclamando medios suficientes para impartir la justicia que tanto necesitamos y demandamos, y al mismo tiempo Garzón puede estar empleando el tiempo y el dinero de los contribuyentes en asuntos que a pocos nos interesan y que poco bueno pueden traer para el futuro de nuestro país.
César –igualito, igualito que nos pasa a otros muchos españoles- está perplejo ante el poder económico que el Congreso puso ayer en manos del gobierno de Zapatero. Tan perplejo como estaba/estábamos cuando ese mismo Zapatero –que hoy simula saber algo de economía cuando en realidad él es más de Alianza de Civilizaciones que de Ciencias- negaba la existencia de una crisis que ya nos comía por los pies a casi todos los españoles.
Es mi amigo César una persona a la que no le importa si eres rojo o facha. Lo que le importa –si quieres gozar de su amistad- es que seas honrado, que no mientas, que respetes la vida –la de los enfermos, la de los niños, la de las mujeres y hombres sea cual sea su condición, la de los que están aún por nacer- que no te empeñes en destruir nuestras costumbres, nuestra cultura, nuestra religión, nuestro país –el de todos los españoles, ese que se llama España- y que no intentes imponer tu criterio por la fuerza, sobre todo si gozas de alguno de los resortes del poder.
Por eso a mi buen amigo César, Zapatero no le gusta. Que sea de izquierdas le sería indiferente, pero sus actos, poses y discursos, como que no.
Hoy comeremos tranquilamente y hablaremos de nuestras familias, de nosotros y nuestros amigos comunes –muchos y muy buenos por cierto- de su cercanísima prejubilación y de la cantidad de tiempo que a partir de ahora tendrá para hacer lo que su intensa dedicación a su profesión no le ha permitidos. Seguro que me hablará de lo que echará de menos a tantos buenos compañeros –ganados a golpe de generosidad y respeto por parte de César- a los que ya no podrá ayudar como ha hecho durante toda su vida. Disfrutaremos en definitiva de nuestra amistad.
De lo que no hablaremos es de la vacuidad que vive nuestro país, ni de los personajes que conforman la actualidad aburrida, amorfa y sin criterio que a diario podemos vivir o intuir. Ni siquiera nos preguntaremos sobre el paradero de De Juana Chaos ni la inseminación de la asesina Beloki. No merecen el tiempo de nuestra amistad.

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