martes, 15 de julio de 2008

Vecinos


Existen vecinos que por su carácter un pelín peculiar se constituyen en elemento de discordia continuo. Se podría escribir todo un tratado sobre los diferentes tipos de vecinos/as que poblamos la faz de la tierra en su parte urbanizada.

Un vecino te puede alegrar o amargar el día e incluso puede llegar a amargarte la vida entera hasta el punto de determinar tu cambio de residencia.

Indudablemente, al carácter del vecino hemos de añadir una serie de elementos circunstanciales que perfilan la mayor o menor incidencia de estos vecinos en nuestras vidas. El hecho de que hablemos de un vecino de la calle, o un vecino del edificio o el vecino del chalet de al lado influirá en la interferencia e influencia que el vecino tendrá en nuestra vida.

La mayor proximidad, el mayor roce, la visión más continuada son aspectos que indudablemente nos llevarán a sentir una mayor presión del vecino.

Es cierto que determinadas vecindades no reportan sino alegrías para nuestra vida, aunque no es ese el tipo de vecino en el que hoy quiero pararme. ¿Acaso no nos alegra la existencia la vecina del cuando nos cruzamos con ella en la escalera y durante escasos segundos disfrutamos de su fresca belleza y su insinuante sonrisa? ¿Acaso no os alegra el día amigas blogueras el vecino del ático cuando en el portal del vuestro edificio se ofrece, desplegando su fornida juventud, a subiros las bolsas de la compra –y lo que haga falta- hasta la entrada de vuestro piso?

Claro que sí, pero dejemos esos generalizados sueños para reparar durante unos instantes en los “otros” vecinos. El que tiene la costumbre –guarra, pero costumbre en definitiva- de tirar la colilla en el rellano de la escalera, el que deja el portal siempre abierto, la que inmoviliza el ascensor en el mientras el niño alivia el retortijón que le ha dado cuando iban a salir de casa, el que baja la basura a las tres de la tarde en pleno mes de Julio inundando de vomitivos efluvios el tiro de la escalera o el que lleva la bolsa chorreando aceite desde su casa en el -vía ascensor- hasta la calle, el que se niega a pagar la comunidad o el que se empeña en que la comunidad invierta los dineros que no tiene en poner un espejo hortera en la entrada del edificio.

El que hace obra en su chalet desparramando los materiales delante de las casas de otros vecinos o permitiendo que las molestias sean las mismas para ellos que para el resto de vecinos que no hacen obra, el que disfruta escuchando todas las noche un par de canciones de las de “chunda, chunda” con los altavoces a toda pastilla antes de apagar el coche que aparca delante de tu casa. ¡Vecinos…!

Pero vecinos al fin y al cabo con los que podremos hablar y entendernos, o hablar y discutir muy agriamente sin llegar a conclusiones válidas, o hablar para terminar retirándonos la palabra y hasta el saludo. Vecinos como la vida misma.

La alimaña Iñaki –mejor dicho Ignacio, que seguro que le jode que le llame así- de Juana Chaos mata al que no le gusta. Cuando el 2 de Agosto salga de la cárcel –habrá dejado de cumplir aproximadamente 3.000 años de condena- irá a vivir al mismo barrio en el que residen familiares de 5 víctimas de ETA. Eso no es crear un problema de vecinos. Es poner a un asesino al lado de personas a las que seguramente le apetecerá asesinar. También hay vecinos que matan.

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