martes, 8 de julio de 2008

Lorzas


Me confesaba Moura –ya sabéis amigos blogueros, mi encantadora y mágica amiga Meiga- a raíz de mi post sobre la corbata de Sebastián, que es esa una prenda que a los hombres nos da mucho juego. Es cierto, un trapito de nada nos permite hacer variaciones continuas e infinitas de nuestro yo externo que en buena cantidad de ocasiones estarán reflejando nuestro yo más interno. Los colores, la forma de combinarlas e incluso la forma del nudo y si me apuráis la tensión o laxitud con que el mismo esté en nuestra garganta, son sin ningún género de dudas –al menos para quien esto escribe- una manifestación medida y exacta de lo que llevamos dentro.

Es cierto que algunos más que llevar corbata deberían ponerse un pañuelo en la cabeza anudado por sus cuatro picos. Igual que no todas las mujeres son capaces de mover entre sus manos un abanico que nos dé algo más que aire, en el sexo masculino con las corbatas pasa lo mismo. ¿Acaso amigas y amigos –ya me estoy pareciendo al de vascos y vascas- blogueros no habéis tenido en alguna ocasión la necesidad de pedirle a una mujer el abanico que estrangulaba con sus zarpas para ponerle un pico o una pala entre las manos? ¿No habéis pensado que cualquier insinuación proveniente de los aspavientos de aquella revienta abanicos no podía ser mas que una mala jugada del destino?

Pues con las corbatas pasa lo mismo. Algunos –no por agresivos sino por antiestéticos- parecen predispuestos a rematarte en un aciago día de los que a menudo transitamos, hiriéndote de muerte la retina con la pavorosa impronta de una corbata salida de los infiernos. Hay corbatas que no se tendrían que poder fabricar y hay hombres a los que el uso de esta delicada y atractiva prenda –masculina generalmente- debería estarles vetada.

De acuerdo que la libertad de cada individuo debe estar por encima de estas cuestiones, pero ¿alguno de nuestros legisladores se ha parado a pensar en la cantidad de bajas laborales por depresión, que pueden tener en su origen la presencia diaria de un compañero de trabajo que nos invita al suicidio por no poder soportar la visión de esa horripilante bestia de colorido mortal que porta anudada a su pescuezo?

Son los elementos cotidianos que hacen que unos vivan como si estuvieran en el cielo y otros como si tuvieran que pagar peaje diario al mismísimo diablo.

Es lo mismo que ocurre con las fajas reductoras. ¿Alguien utiliza faja todavía? A juzgar por las enormes lorzas con las que a diario nos cruzamos yo diría que menos de las necesarias. Carne suave y abundante, admirable y deseada e infinidad de veces sensual cuando está delicadamente recogida, que se convierte en desparramada lorza antiestética cuando la moda de pantalón prieto y bajo el ombligo y la camiseta recortada se apoderan de ella.

¿Os imagináis amigos blogueros a “Las tres gracias” de Rubens vestidas como Shakira cuando baila su hipnotizadora danza del vientre? Pues eso.

Ni dieta ni gimnasio les debemos exigir. Solo que se vistan mirándose al espejo, igual que a los de las corbatas agresoras.

No hay comentarios: