No es la primera vez –y lamentablemente me imagino que no será la última- que expreso mi opinión sobre ese celo inexplicable del Director General de Tráfico –y el gobierno de España por tanto- en limitar la velocidad, buscando con ello –espero que este sea realmente el objetivo- una reducción importante de los accidentes de tráfico y, con ello, de las víctimas fruto de esta semanal cita con los números de la muerte.
Si insisto en mi idea de que la limitación –acompañada del exponencial aumento de los radares fijos y móviles que nos controlan en nuestros desplazamientos- además de inútil para reducir los accidentes es fundamentalmente recaudatoria, espero que no me llaméis pesado.
Espero no encontrarme nunca entre los componentes de esa macabra cifra que semanalmente nos da la DGT –de hecho me encantaría que ninguno formásemos parte de la misma- pero sea lo que sea lo que el destino me tenga preparado, quiero afirmar con rotundidad que se está cometiendo un grandísimo error en nuestro país persiguiendo de forma indiscriminada la velocidad de los vehículos que transitan por nuestras carreteras.
Tan europeos que somos y sin embargo damos la espalda a lo que en otros países de nuestro entorno ya está más que comprobado. ¿Qué hace un conductor con un vehículo moderno, de una gama media, circulando a 120 km/h por una autopista? Posiblemente poniéndonos en peligro a los demás. No hablo de circular como si fuésemos Fernando Alonso en busca de la Pole que después le robarán en los despachos, pero ignoro qué estudios científicos maneja la DGT –que por cierto debería depender de Hacienda en vez de Interior- para impedir que podamos circular a 150 km/h por nuestra autopistas y autovías.
El problema está en los puntos negros, en las carreteras secundarias, en los trayectos cortos, en los fines de semana, en los conductores inexpertos, en el alcohol y en las drogas. Y por supuesto en la velocidad –sea cual sea- esgrimida con cualquiera de los elementos anteriores. Entonces, ¿por qué ese empeño en hacernos conducir incómodos, molestos, atendiendo a limitaciones que no van a reducir el número de víctimas? Solo alcanzo a entender motivos recaudatorios u otros aún menos defendibles. Como por ejemplo, la incapacidad del Director General de Tráfico y su equipo y, la necesidad por tanto de echarnos la culpa de su falta de talento, a quienes somos simples usuarios de unas infraestructuras en muchos casos indecentes.
Indecente es lo que le están haciendo a nuestro bicampeón de F1 Fernando Alonso. Vale que el segundo de la escudería Lewis Hamilton va como una locomotora. El tío corre que se las pela y es muy seguro conduciendo -menos cuando le vienen mal dadas y, por ejemplo, llueve- teniendo en alguna ocasión más apariencia de robot humanoide –al más puro estilo Asimov- que de persona de carne y hueso. Pero Alonso ha sido dos veces campeón del mundo, por encima del mismísimo Schumi, y ese es el lugar que debe ocupar en la escudería.
Tras la cacicada del pasado domingo ya están empezando a arrepentirse Ron Dennis y compañía. No solo es que Hamilton –por muy inglés que sea- aún no está preparado para ser campeón del mundo. Es que Fernando Alonso es muy superior a su inesperado adversario. Lo es dentro y fuera de la pista a pesar de lo que la clasificación general del campeonato nos diga en este momento. A McLaren/Mercedes parece que el asunto ya se les ha escapado de las manos. Esperemos –por el bien de la afición a la F1- que alguien termine con esta larga secuencia de despropósitos y ponga las cosas en su sitio. Como dice un buen amigo gallego “nos mexan y quieren que creamos que llueve".
Muy emotiva la alternativa de Sebastián Palomo Linares el sábado en la plaza de toros de Pontevedra. El presidente de la corrida le negó una oreja en el toro de la alternativa que hubiese sido justa con el torero y con la afición. Hay algunos presidentes taurinos que parece que cuando el público pedimos la oreja creen que estamos pidiendo la suya.
Un buen número de ribereños –así nos llamamos los de Aranjuez- acompañamos a Sebastián en este importante momento de su carrera artística y fuimos testigos de su buen hacer en Pontevedra, aunque con su segundo la cosa se torció un poco. Además tuvimos la oportunidad de contemplar al José Tomás de siempre. Ese que casi siempre está a punto de hacer llorar de emoción por lo sublime de su arte.
Moura, mi amiga meiga, es incapaz de explicarme un tema que me tiene completamente despistado. ¿Cómo es posible que los meteorólogos de los equipos de F1 sean capaces de predecir aquello de “lluvia en 37 minutos”, y los del telediario solo acierten a toro pasado?
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