miércoles, 8 de julio de 2009

Las anchoas

anchoas Lo pintemos como lo pintemos, es imposible negar que los EEUU tienen un algo que lo hace especial. Podrán gustar o no, pero en este mundo de las comunicaciones en el que vivimos, ellos son los mejores.

El funeral/espectáculo celebrado en la tarde -española- de ayer fue una buena muestra de ello. Lo que aquí hubiésemos considerado una excentricidad fuera de lugar y tiempo, lo contemplamos allí a través de la televisión como algo espectacular, adecuado e incluso emocionante.

De las muchas cosas que ocurrieron en el funeral de Michael Jackson ayer, me llamaron la atención de manera especial dos. Es curioso que tras su muerte volviera a ser negro. Su raza, su color de piel –antes de la locura albina que torció irremediablemente su vida- volvieron a sus orígenes a través de los encendidos discursos de quienes a lo largo de la ceremonia quisieron poner de manifiesto su enorme contribución al avance de los derechos de los afroamericanos en EEUU. Alguno -¡ojo como pastorean allí los pastores!- llegó incluso a adjudicarle el mérito de la llegada de Obama a la Casa Blanca. Todos, como si de una consigna se tratase, obviaron el inútil y absurdo intento por cambiar el color de su piel y los rasgos de su cara. Todos, como si quisiesen reconciliarlo con su origen, volvieron a hablar del genio de raza negra que hizo del entretenimiento y la música un nuevo arte.

Me llamó también la atención el recuerdo hecho por una Congresista por California de un derecho que aquí en España olvidamos reiteradamente. El reconocimiento de la inocencia en tanto no se demuestre la culpabilidad. Aquí y ahora lo deberíamos tener todos, incluso Bárcenas y Camps.

Cuando se reconoce haber regalado las anchoas y haberlas recibido, el asunto cambia, si es que somos tan mezquinos como para creer en los favores a cambio de anchoas o de trajes. ¡Un poco de sentido común y formalidad, por favor!

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