miércoles, 7 de mayo de 2008

Los vecinos


Es mucho lo escrito en las últimas fechas sobre el electricista Josef Fritzl. Me refiero al individuo de 73 años que había convertido su casa en Amstetten (Austria) en un museo de la especie humana. Ya, ya se que suena duro esto del “museo de la especie humana”, pero no me negaréis amigos blogueros que en este negro episodio de nuestra historia contemporánea se encuentran recogidos un sinfín de comportamientos característicos de nuestra especie.

Según van pasando los días nos van cayendo –como bofetadas ante el espejo- nuevos detalles del suceso que van consiguiendo hacer verosímil algo que inicialmente nos pareció increíble. El carácter del electricista, sus exteriorizados comportamientos, el conocimiento que de él tenían los vecinos, las reiteradas adopciones de sus nietos “abandonados”… ¿para qué detallar más? Una conducta extraña, llamativa, inquietante, sospechosa…y nadie dice nada.

¿Cuántos “Josef” habrán muerto en Birmania? ¿Cuántos dignos representantes de las miserias humanas, de las bajezas más inconfesables, de los vicios más deleznables, de los silencios más escandalosos estarán entre los 22.000 muertos y los 41.000 desaparecidos a causa del ciclón Nargis? ¿Cuántos hijos de “abuelos”, cuántas hijas violadas, cuántas esposas consentidoras, cuánta dignidad pisoteada, cuánta violencia gratuita, cuánta muerte traidora entre los cadáveres?

¿Cuántas conciencias lavaremos ahora con nuestra magnánima ayuda humanitaria? ¿Con cuántas vendas humanitarias taparemos ahora nuestras vergüenzas? ¿Con cuántos camiones de mantas taparemos ahora nuestro escandaloso y cómplice silencio? ¿Acaso como comunidad internacional no somos igualitos que los vecinos del electricista Josef Fritzl? Al fin y al cabo el ciclón Nargis lo único que ha hecho -22.000 muertos en la distancia y el anonimato no nos duelen nada, no nos quitan el sueño, no nos impiden comer- ha sido poner encima de la mesa una situación conocida de todo el mundo mundial.

Si la ministra Chacón quiere trabajar en serio, que pille del brazo a Moratinos y planteen ante la OTAN y la ONU una intervención militar que expulse a la Junta Militar que se pasa por el arco del triunfo todos los derechos de los birmanos. Ese sí es un trabajo adecuado para nuestros militares. Nada de enviar ayuda humanitaria a través de los controles establecidos por la Junta Militar –se forrarán aún más a costa de la vergüenza occidental y el dolor de los suyos- sino que vayan allí nuestros soldados a llevar la ayuda directamente a la población. ¡Ese sí es un trabajo digno para nuestros militares!

El electricista Josef Fritzl es un monstruo que debería pasar en la cárcel el resto de su vida, en donde posiblemente no llegará a comprender la descomunal barbaridad en que ha convertido su vida y la de los suyos, pero al menos impediremos que vuelva a las andadas. Situaciones y hechos como las que él ha protagonizado seguro que no son únicas, como tampoco son únicos los silencios escandalosos de sus vecinos. Nos duele y sí nos quita el apetito y nos perturba el sueño el calvario pasado por su hija y sus descendientes. ¿Qué tal si intentamos poner cara –aunque sea imaginaria- a los violados, secuestrados, mancillados, torturados y abandonados por la Junta Militar de Birmania? Nos explotaría el corazón.

¿Somos todos Josef Fritzl? Indudablemente no, pero todos somos vecinos suyos.

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