
No podía quitarme aquel rostro de la cabeza. Me obsesionaba mucho más que lo que había ocurrido, pero por más esfuerzos que hacía no conseguía recordar a quien pertenecía. Y junto con él, aquel olor persistente que me tenía las glándulas olfativas en estado de atrofia permanente y que tampoco conseguía reconocer.
Fue mi confesable vicio (cuando es en demasía es vicio) de leer la prensa lo que me llevó a clarificar de una forma bastante aproximada todo lo ocurrido. Ojeaba un semanario local, el 4 Esquinas (http://www.4esquinas.com/ para los internautas), cuando descubrí el objeto de mi fijación.
Quiero aclarar que yo ojeo la prensa en Internet, ya que si nos paramos a ver con detenimiento los pasos que damos para leerla en papel y en pantalla son casi idénticos. Cogemos el periódico –abrimos la pagina web-, ojeamos la portada –también en la pantalla-, pasamos la página con el dedo –en el ordenador con el dedo también, haciendo clic- y cuando ha satisfecho nuestras necesidades de información lo cerramos y dejamos en la mesa –salimos de la página web y cerramos el ordenador-. Con la salvedad hecha de que al hacer clic en el ratón no solemos mojarnos el dedo con la lengua, el resto es idéntico.
Cuando vi aquella fotografía, un escalofrío me recorrió el cuerpo. Era ella, ¡claro!, ¿cómo no caí en la cuenta inmediatamente? Estaba sentada tras una mesa en lo que parecía una comparecencia ante la prensa. No me fijé en la noticia que motivaba la fotografía, pero sobre lo que ya no me cabía duda era que se trataba de la Concejala de Asuntos Taurinos de nuestro Ayuntamiento. Vale –me dije- ¿y ahora qué? ¿qué sentido tiene todo esto?
Repasé una y mil veces los pocos detalles que mis ojos alcanzaron a ver cuando presa del pánico me tiré al suelo en aquella noche del encuentro, pero no había nada destacable. Las luces, el olor, ella portando la cruz de madera y el caldero. La memoria, que es capaz de retener detalles que incluso un ordenador no podría conservar, me echó una mano ya que en ese ir y venir de recuerdos me repetía insistentemente la imagen de la cruz de madera. ¡No era una cruz, sino un estoque!
Un estoque ¡por supuesto!, y el olor vino de nuevo a mi recuerdo, aunque esta vez con conocimiento de su origen. Era esa mezcla de olor a sangre, tabaco y polvo que rodea a todas las plazas de toros. Inconfundible pero irreconocible a bote pronto para quien respetando e incluso disfrutando de algunas faenas, no es aficionado y mucho menos aún entendido.
Penaba en procesión con la Santa Compaña el error cometido con el cierre de la Escuela Taurina y la injusticia cometida con los alumnos y su director. No hay discurso presupuestario que pueda justificar una actuación de éste tipo. Si se trataba de castigar al director -¿será su pecado haber apoyado públicamente al PP?- la medida castiga a un buen grupo de chavales que igual que le ocurre a innumerables colectivos en otros ámbitos, encuentran en el toreo el cauce adecuado para expresar su arte y también (no sé qué puede haber de malo en ello) una forma de ganarse la vida. ¿Acaso menos válida que la pintura, el teatro, la música, etc.? Solo un pequeño repaso a las actividades desarrolladas en el Area Cultural del Ayuntamiento desarma ese razonamiento.
Ahora, con el paso del tiempo, he comprendido la fuerza que inmovilizó mi brazo cuando levantaba la mano en aquella extraña noche. No era la imposibilidad de explicar lo inexplicable, sino el repaso urgente e inmediato que mi subconsciente dio a lo visto esa noche y a lo leído en días anteriores. ¿Tendrían aquellos policías las mismas órdenes que habían trasladado a los chavales de la Escuela Taurina con motivo de sus diarias concentraciones vespertinas en la plaza del Ayuntamiento? ¿Tendrían órdenes de prohibir cualquier referencia a este conflicto fuera de las inmediaciones de la Plaza de Toros? Esa duda de mi subconsciente paralizó mi señal.
¡Qué tiempos aquellos en los que esa céntrica plaza de nuestra ciudad podía ser utilizada -para reivindicar o no- por quienes quisiesen! Será cosa del talante.
Como ocurre en todas las apariciones conocidas de la Santa Compaña, quien porta la cruz y el caldero no pena sus propios pecados, que algunos también estarán allí por eso, sino que van penando los de otros. ¿Acaso no fue decisión suya la clausura de la Escuela Taurina?
En todo caso, conociendo que no figura en la candidatura de su partido a las próximas municipales, alguien puede pensar que en este caso la Santa Compaña anunciaba con algunas fechas de antelación que se trataba de un cadáver político. Entiendo –sin conocer los motivos por los que no repite- que no es así, porque si así ocurriese con la Santa Compaña, estaría de procesión todos los días en las últimas semanas.
Fue mi confesable vicio (cuando es en demasía es vicio) de leer la prensa lo que me llevó a clarificar de una forma bastante aproximada todo lo ocurrido. Ojeaba un semanario local, el 4 Esquinas (http://www.4esquinas.com/ para los internautas), cuando descubrí el objeto de mi fijación.
Quiero aclarar que yo ojeo la prensa en Internet, ya que si nos paramos a ver con detenimiento los pasos que damos para leerla en papel y en pantalla son casi idénticos. Cogemos el periódico –abrimos la pagina web-, ojeamos la portada –también en la pantalla-, pasamos la página con el dedo –en el ordenador con el dedo también, haciendo clic- y cuando ha satisfecho nuestras necesidades de información lo cerramos y dejamos en la mesa –salimos de la página web y cerramos el ordenador-. Con la salvedad hecha de que al hacer clic en el ratón no solemos mojarnos el dedo con la lengua, el resto es idéntico.
Cuando vi aquella fotografía, un escalofrío me recorrió el cuerpo. Era ella, ¡claro!, ¿cómo no caí en la cuenta inmediatamente? Estaba sentada tras una mesa en lo que parecía una comparecencia ante la prensa. No me fijé en la noticia que motivaba la fotografía, pero sobre lo que ya no me cabía duda era que se trataba de la Concejala de Asuntos Taurinos de nuestro Ayuntamiento. Vale –me dije- ¿y ahora qué? ¿qué sentido tiene todo esto?
Repasé una y mil veces los pocos detalles que mis ojos alcanzaron a ver cuando presa del pánico me tiré al suelo en aquella noche del encuentro, pero no había nada destacable. Las luces, el olor, ella portando la cruz de madera y el caldero. La memoria, que es capaz de retener detalles que incluso un ordenador no podría conservar, me echó una mano ya que en ese ir y venir de recuerdos me repetía insistentemente la imagen de la cruz de madera. ¡No era una cruz, sino un estoque!
Un estoque ¡por supuesto!, y el olor vino de nuevo a mi recuerdo, aunque esta vez con conocimiento de su origen. Era esa mezcla de olor a sangre, tabaco y polvo que rodea a todas las plazas de toros. Inconfundible pero irreconocible a bote pronto para quien respetando e incluso disfrutando de algunas faenas, no es aficionado y mucho menos aún entendido.
Penaba en procesión con la Santa Compaña el error cometido con el cierre de la Escuela Taurina y la injusticia cometida con los alumnos y su director. No hay discurso presupuestario que pueda justificar una actuación de éste tipo. Si se trataba de castigar al director -¿será su pecado haber apoyado públicamente al PP?- la medida castiga a un buen grupo de chavales que igual que le ocurre a innumerables colectivos en otros ámbitos, encuentran en el toreo el cauce adecuado para expresar su arte y también (no sé qué puede haber de malo en ello) una forma de ganarse la vida. ¿Acaso menos válida que la pintura, el teatro, la música, etc.? Solo un pequeño repaso a las actividades desarrolladas en el Area Cultural del Ayuntamiento desarma ese razonamiento.
Ahora, con el paso del tiempo, he comprendido la fuerza que inmovilizó mi brazo cuando levantaba la mano en aquella extraña noche. No era la imposibilidad de explicar lo inexplicable, sino el repaso urgente e inmediato que mi subconsciente dio a lo visto esa noche y a lo leído en días anteriores. ¿Tendrían aquellos policías las mismas órdenes que habían trasladado a los chavales de la Escuela Taurina con motivo de sus diarias concentraciones vespertinas en la plaza del Ayuntamiento? ¿Tendrían órdenes de prohibir cualquier referencia a este conflicto fuera de las inmediaciones de la Plaza de Toros? Esa duda de mi subconsciente paralizó mi señal.
¡Qué tiempos aquellos en los que esa céntrica plaza de nuestra ciudad podía ser utilizada -para reivindicar o no- por quienes quisiesen! Será cosa del talante.
Como ocurre en todas las apariciones conocidas de la Santa Compaña, quien porta la cruz y el caldero no pena sus propios pecados, que algunos también estarán allí por eso, sino que van penando los de otros. ¿Acaso no fue decisión suya la clausura de la Escuela Taurina?
En todo caso, conociendo que no figura en la candidatura de su partido a las próximas municipales, alguien puede pensar que en este caso la Santa Compaña anunciaba con algunas fechas de antelación que se trataba de un cadáver político. Entiendo –sin conocer los motivos por los que no repite- que no es así, porque si así ocurriese con la Santa Compaña, estaría de procesión todos los días en las últimas semanas.