miércoles, 11 de marzo de 2009

Codido

Pavarotti Sabéis amigos blogueros la poca gracia que me hace –por no decir lo que me encabrona, que suena peor pero se ajusta más a mis sentimientos- esa indigesta medida que dos veces al año nos hace pasar por el aro de alargarnos o acortarnos la vida al antojo de quienes tienen la sartén por el mango.

El cambio horario –sin que mis biorritmos se hayan adaptado completamente desde el anterior- nos quitará una hora de vida –quitar la vida es delito, excepto para los abortistas, pero quitar la vida con el reloj está legalizado- el próximo día 29 de marzo, domingo para más señas. Todos, absolutamente todos los países industrializados, con la única excepción de Japón –siempre han sido más respetuosos con el sol que nosotros- del planeta nos sometemos a este totalitaria norma semestral. Venezuela no lo hace porque el Gorila Rojo aún está averiguando si para acortar en una hora el día tiene que adelantar o atrasar el reloj.

Os preguntaréis el motivo por el que saco a colación esta fobia mía, cuando aún restan más de dos semanas para ese atraco a la vida. Tiene que ver con mi codo, el codo que me escarallé hace diez días y que el pasado viernes me recompusieron expertas y amables manos profesionales, en uno de los maravillosos hospitales construidos por Esperanza Aguirre –gracias de parte de mi codo y mi cerebro Esperanza- en la pasada legislatura. El Hospital del Tajo, el de Aranjuez, mi maravillosa ciudad. Un buen hospital y unos profesionales inmejorables pese a quien pese.

Pasa con la operación quirúrgica lo mismo que con el cambio horario, aunque con matices. Durante el tiempo que dura la anestesia, a efectos de consciencia, no existe la vida. Uno de los matices importantes es que, aunque no seamos conscientes de ello las horas de la anestesia las vivimos, sin sentirlas -¡menos mal!- pero las vivimos y sin embargo la hora que nos quitarán el próximo día 29 de marzo no la viviremos, nos la quitarán por el morro.

Me pregunto yo si a Garzón, ese juez que todos sabemos que no actúa de mala fe, que no se deja influir en sus actuaciones por ánimos sectarios ni revanchistas, que antepone siempre la discreción y el rigor al estrellato mediático y la mediocridad en la instrucción –el codo inmovilizado me impide las carcajadas- os decía que me pregunto si el tema del cambio horario no tendrá algo que ver con la denuncia hecha por el Supremo por el cobro de unos míseros dólares –una bagatela de 203.000, aproximadamente- que se nos antojan a todos –Supremo incluido- incompatibles con su sueldo de Magistrado.

Dándole vueltas al asunto, he caído en la cuenta de que a lo mejor Garzón cobró aquella calderilla coincidiendo con el cambio horario, es decir en la hora que no existe, y por lo tanto creyó de buena fe –ya tenemos claro que no actúa de mala fe- que no tenía que contárselo a nadie por aquello de que lo hecho en el tiempo que no existe no puede existir, con la excepción del fisco norteamericano.

Garzón, que de leyes debe saber un cerro –sobre todo internacionales, porque se pasa la vida pretendiendo abrir casos contra personajes de por ahí afuera- debía tener claro que los norteamericanos, sean los de Bush o los de Obama, con las cuestiones fiscales no admiten ni un mal chiste y si no hubiera declarado aquella minucia de 203.000 $ hoy estaría en la cárcel. Aquí no, aquí es de otra forma, al menos para algunos. Aquí él estará convencido de que no solo nos chuleará declarando que no actuó de mala fe, sino que algún desvariado insistirá en proponerlo para Premio Nobel. Además, ahora que ya tiene el certificado de defunción de Franco, se encontrará más seguro.

Lo malo en nuestro país no es que hablemos todos de la Justicia, sus intríngulis y sus complicados términos y conceptos, como si todos fuésemos consumados juristas. Al fin y al cabo por opinar no nos cobran, de momento. Lo realmente malo es que nos están tomando el pelo y, quienes tienen conocimiento y poder para evitarlo, se han acomodado.

Como me decía una querida amiga esta mañana, estoy codido, realmente codido con esta opereta. Pero seguimos en pie y, al igual que Calaf a través de la maravillosa voz del inmortal Pavarotti, gritaremos

Dilegua, o notte!
Tramontane, stelle!
Tramontane, stelle!
All'alba vincerò!
Vincerò! Vincerò!

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