miércoles, 6 de agosto de 2008

Furtivos


Pasear con Moura a la orilla del Atlántico –da igual el nombre de la playa- es un reconstituyente para el alma de cualquier mortal. La plenitud de su presencia y la profundidad de sus reflexiones no dejan impasible a nadie.

He tenido la oportunidad a lo largo de los últimos días –me parece que han sido semanas, aunque no quiera reconocerlo- de compartir interminables jornadas con ella apurando hasta los últimos rayos del sol a la orilla del mar. Tardes de hondura para el ánimo que me han servido para centrar los convulsos sentimientos que la atropellada actualidad nacional me iban generando.

Ha sido esa posibilidad –transformada en cierta- de pasar largas horas conversando con mi extraordinaria y bella amiga Meiga, la que me ha mantenido alejado de vosotros amigos y amigas blogueros en los últimos días. Aún a pesar de pecar de una cierta infidelidad para con vosotros, no me he resistido al embrujo propuesto por Moura de compartir con ella más tiempo del ordinario. Me sorprendió sin embargo una afirmación poco menos que mundana que Moura dejó caer en uno de nuestros largos paseos.

Paseábamos en un atardecer por el malecón del puerto de Muxía –allí donde algún socialista hubiese hundido otro Prestige con tal de ganar la elecciones- cuando mientras yo esquivaba con un poco grácil movimiento del pié una enorme cagada de perro -me imagino que no fue un pequinés el que la depositó allí- Moura me dijo: habrá cagadas mientras haya furtivos.

¡Hala!, dile algo a la Meiga. Tal afirmación, hecha desde el conocimiento exacto de la realidad, me entretuvo durante un par de días hasta que di con la clave de lo que Moura me quería expresar. Ya os he comentado en más de una ocasión, amigos blogueros, que Moura –como cualquier Meiga que se precie- no se expresa con palabras, sino a través de los sentimientos, por lo que es mejor dejar que sean los sentimientos y el trabajo de la razón quienes nos lleven a comprender lo que nos quiere decir.

Difícilmente podrá establecer un ámbito de respeto y autoridad quien en tiempos de vacas flacas -y siendo cargo público- ha esquilmado con sus actos a aquellos que debían ser destinatarios de su labor protectora. Quien en los momentos de angustia generados por el hundimiento del Prestigequé bien ayudaron a la angustia los voceros del Nunca Mais!- ante el futuro incierto para quienes vivían de lo cosechado en las bravas aguas del Atlántico, fue pillado como furtivo de la pesca del longueirón –siendo Diputado Provincial- y condenado por los tribunales de justicia, no parece que esté en la mejor disposición como para investirse de la autoridad –moral- necesaria como para sancionar a quienes permiten que sus canes defequen en la vía pública.

Entendida por tanto la afirmación de mi extraordinaria y bella amiga Moura. El alcalde de Muxía –socialista para más gaitas- condenado como furtivo por quitarles a las familias del mar lo que solo a ellas les pertenece, está política y moralmente imposibilitado para poner orden entre algunos guarretas dueños de perros.

Curioso personaje este alcalde del que en pocos días he tenido noticias de sus andanzas que parece han de llevarlo en más de una ocasión ante los tribunales de justicia, que con toda certeza me llevarán a referirme a él en alguna otra ocasión si tardar mucho. La presunción de inocencia no se la puedo –ni quiero- negar, aunque por furtivismo ya ha sido condenado. ¿Los dineros municipales en manos de quien quitaba el pan a quienes viven del mar? No huele bien, como tampoco huelen bien las cagadas que no puede sancionar. Y por lo que veo –buscando el apoyo protector de su partido, que casualmente es el mismo que el de quien nos ha negado la crisis hasta que no podíamos ni respirar por la asfixia económica, el inimitable Zapatero- no solo cagadas admite, sino que permite que Portos de Galicia flagele inmisericordemente a los hosteleros de la Costa de la Muerte con unos impuestos claramente desmesurados.

Los furtivos, ya se sabe, llevan la traición escrita en la frente.

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